No va más

Ayer decidí, después del atracón emocional, que no me podía ir de Trinidad sin más. La ciudad ha perdido todo interés para mi, es cierto, la razón de que así sea está a 5 km de aquí, en un suburbio de un suburbio, en una chabola donde vive una madre, sola, de 33 años y sus tres hijos. Comparada con esta historia humana, la ciudad y sus alrededores carecen del más mínimo atractivo. Hoy no me encuentro con fuerzas para enfrentarme de nuevo a esa realidad y como tampoco me apetece juerga turística, daré unas vueltas, sin más, sin rumbo y sin plan.

Desayuno y vagabundeo por las calles adoquinadas, tomo alguna instantánea, hablo con alguna persona, visito el mercado y me paro a comer en un restaurante céntrico a mediodía. Según estoy esperando el pollo guisado, veo pasar a una pareja andando, con sus bicis. ¡¡son ellos!! Gastón y Carole, otra vez se cruzan nuestros caminos, ¡¡ Qué casualidad!!. Son una pareja encantadora, nos conocimos en Viñales, ellos en sus bicis y yo en una alquilada. Canadienses los dos, cercanos los dos y muy, muy vitales. Llevan la sonrisa tatuada en su rostro. ¿Sabes cuando alguien parece no tener trastienda y te sientes cómodo a su lado? Pues esa impresión me dieron. En Cienfuegos nos volvimos a encontrar en medio del Malecón y ahora, por tercera vez, en Trinidad. Charlamos y charlamos hasta que mi pollo, ya criogenizado, decide volver al horno por sus propias ancas y recalentarse a sí mismo, camarera mediante. Gastón me enseña fotos de paisajes nevados junto a su casa de Canadá que parecen sacados de un cuento. Carole propone que cenemos juntos mañana como despedida, hoy tienen un compromiso, yo mañana quiero despedirme de los niños y Yenisel… Nos pasamos la dirección y nos emplazamos a vernos, si el destino y el guionista así lo deciden, en Canadá o en España, aunque, quien sabe, quizá volvamos a encontrarnos por cuarta vez en cualquier otro lugar.

El pollo recauchutado nunca ha sido mi primera elección, pero ha valido la pena, sin lugar a dudas, darle plantón por ver de nuevo a Gastón y Carole.

Sigo paseando por la ciudad y otra aparición, Fulgencio, el artesano del Yarey entrando a la que parece su casa. Yo le encargué que me hiciera una serpiente, pero me he retrasado un día y el hombre creía que ya no estaba en la ciudad. -Aún la tengo en la bolsa. amigo.

Ramón Cano limpia unas libras de arroz a la puerta de su casa, con sus 1500 pesos cubanos de pensión, unos 10 euros al mes, después de una larga vida laboral como mecánico, no puede permitirse comprar arroz limpio y con sus manos, una a una, lo limpia de impurezas. Su mujer me mira recelosa. Adiós tocayo, te deseo lo mejor. Una señora me sonríe, sin pretensiones, desde su ventana al pasar. Una anciana muy seria y que no responde a estímulos, al menos a los míos(padeció un ictus hace poco) sentada en su silla, creo que me ve transitar junto a su portal. Algún ¡buenos días! con los lugareños, completan mis contactos de un día que necesitaba alejarme un poco de todo y así ha sido.

Cena en el restaurante San José, otra vez, en esta ocasión solo y a dormir en casa Rino.

Ya es sábado, me voy en dos días de este país, me levanto fresco y con ganas de enfocar esto que me está pasando de forma coherente y adulta. «dios no lo quiera»… La familia de La Pastora me suponen ya en La Habana pero aquí sigo. Yenisel trabaja limpiando la escuela, también los sábados. Escribo algo y paseo por zonas de la ciudad que desconocía. A mediodía me pongo en contacto con ella y le digo que quedaron pendientes anteayer unas pizzas.- Si quieres puedo acercarme hasta vuestra casa y las comemos allí, con los niños, llevaré también refrescos. Yenisel encantada con la propuesta. Diez minutos después me llama para decirme que mejor que en su casa, en la casa de los padres de Cuco, el niño amigo de sus hijos, que tienen mesa más grande. Yo sé la razón, se avergüenza de su vivienda. Ignora lo poco que me importa como sea la casa o la mesa.

Me pongo manos a la obra para la logística y el avituallamiento. Vamos a ser diez, las dos familias y yo, hubiese preferido solo con la familia de Yenisel pero…Cinco pizzas, algún dulce, refrescos y cervezas. Los encargo en el Adita café. Un taxi que me lleve y otro que me traiga ya entrada la noche. No vengo andando desde allí abajo ni por un cortijo. Victor, de la casa donde me hospedo, me dice que en esa zona por la noche puede haber bandoleros. No me creo nada, pero, por si acaso, ni cámara ni dinero. Solo mi Victorinox multiusos y la linterna led de mi bici. El taxi ha sido complicado, me dicen que es carretera de tierra, que ha llovido y que se puede quedar atascado en el barro. Al final consigo uno que me va a esperar hasta después de la cena aparcado por allí.

LLego a la Pastora y toda la tropa sale a mi encuentro, me ayudan con las bolsas, también traigo leche en polvo, medicamentos, bombones Rafaello que he encontrado como por arte de magia, chupachups, maquinillas de afeitar y pasta de dientes. ¡Oh, Oh, Oh,Oh!. Entre dos me ayudan a salir del taxi, proyectando las piernas hacia delante para que no ocurra lo que está ocurriendo, acabar embarrado.

Saltos y brincos, las niñas se me echan encima, Jorge Ernesto me da un fuerte abrazo y Yenisel hace lo propio. La familia de Cuco me gusta bien poco, el padre apesta a ron barato, la verdad es que tampoco se como huele el aliento a ron caro, así que esta última frase es una presunción…. La madre, con las cejas repintadas y sus otros dos hijos completan una familia en las antípodas de Yenisel y sus tres hijos, pero esto es lo que hay, yo soy el invitado…

El padre de Cuco intenta monopolizarme y llevarme a la trasera de su casa con la disculpa de enseñarme su huerta, dejemos jugar a los niños. ¡Este hombre se debe pensar que soy gilipollas!. Le leo las intenciones desde lejos, ya soy un experto «anti embauques». -Amigo, se nos enfrían las pizzas, y yo he venido a estar con los niños, volvamos. He repartido todo mi cargamento y por respeto a la situación, he tenido que darlo todo a las dos madres para que se lo repartan, aunque dirigiéndome a Yenisel y dejándola encargada de hacerlo, me da al nariz que no va a ser ella la que lo organice.

Yenisel reparte las pizzas dejándome a mí mucho más que al resto en detrimento de su porción… Comemos y reímos, ya es totalmente de noche y aquí no hay ni farolas, ni apenas luces de casas, ni comercios, ni nada que nos ponga en un contexto habitado. Una pequeña casa con techo de tejavana que se prolonga hacia el frente, dejando un porche con una mesa donde los niños comen y los mayores, de pie, también.

Terminamos las porciones de pizza y los refrescos y….

¡¡EMPIEZA LA FIESTA!!!

Esto es el «no va más» de este viaje. Una música super alta suena desde el interior de la casa, reguetón o perreón o como se diga, que yo de estos ritmos se muy poco, tirando a nada. Todos bailan, todos, subidos en las mesas, en las sillas, moviendo el vientre como una lavadora unos, el culo con una vibración imposible otros y yo, allí, en medio, los primeros segundos, al final, la desinhibición se impone y acabo como ellos, bueno, con un ritmo más bien de Paquito el chocolatero. Creo que ha sido al menos una hora sin parar. He lanzado a las niñas al aire las suficientes veces como para que mi hernia discal acabe definitivamente en un quirófano.

Hacía mucho tiempo que no me sentía tan eufórico. La situación es absolutamente surrealista y demencial. Estoy al otro lado del charco, rodeado de gente que hace cuatro días no conocía. Me he gastado una pasta para acabar en un lugar mísero y paupérrimo, donde la higiene, la cultura, la educación y las comodidades, brillan por su ausencia, estoy bailando como un poseso en medio de la noche en una cabaña, en un lugar turbio bajo la luz de una bombilla y con una música que más bien parece un atentado auditivo y en estos momentos, soy absolutamente feliz. Mientras»bailo»veo la caras de Yenisel, Jorge Ernesto, Rosa Maura y Roxana iluminando todo el barrio con su sonrisa. Agarro por la cintura a Roxana y a Rosa Maura y, como si fuesen dos toneles en horizontal, me las llevo hasta que noto, otra vez, el barro en mis zapatos. ¡¡Llévanos a España, Ramón!!

Por un momento se me desinfla el ánimo pero me repongo, no he oído nada…

Al final, después de tanto bailar y reír, acabamos derrotados y ya son horas de subir a Trinidad. Cuco sigue insistiendo que le regale a él mi boli de Ferrari, no le importa que Rosa Maura haya sido la primera en mostrar interés por él, yo, que ya tengo calculada la jugada se lo regalo, nadie dice nada, ni las niñas ni Jorge Ernesto. Caminamos en la oscuridad con la ayuda de la linterna led de mi bici, hacia el taxi. La familia de Cuco se ha quedado junto a la casa, parecen serios. Esperaban algo más, se nota, qué poco me gusta esta gente y menos que sean los vecinos de Yenisel y sus hijos.

Me acerco a Jorge Ernesto y con sigilo, para que no lo vea Cuco, le meto mi Victorinox en su bolsillo. (Marta dice que es absolutamente impropio regalar una navaja a un niño de 15 años, creo que no se imagina lo que es esto)- Para que te acuerdes de mí cuando no quieras seguir estudiando y continúes un rato más. Me abraza con precaución. Ahora Rosa Maura me lleva cogido de la mano, la suelto un momento y pongo mi linterna en su otra mano haciendo un gesto de silencio, pero se me escapa un ssss. Cuco se da media vuelta como un resorte.- ¡¡Te ha regalado la linterna!!. ¡¡Te la compro!!. ¡¡Te la cambio por el boli!!. ¡¡Esto no es justo!!. ¡¡Te la compro!!. ¡¡Yo la quiero!!. Le hago saber que cuando él solo tenía el boli, no ha pensado en los demás, sabiendo que nadie más tenía regalo. En vano. No es capaz de oír nada…

Me despido. Besos, abrazos, lágrimas y hasta pronto Yenisel, me habéis hecho pasar unos días maravillosos. Me pondré en contacto contigo desde España.

Mañana a las 7: 30 am me recoge el taxi colectivo para llevarme de vuelta a La Habana.

¡¡¡Qué viaje!!!

Hasta mañana

2 opiniones en “No va más”

Replica a Jose Antonio Gomez Eguino Cancelar la respuesta