Decálogo de un Abuelo

Recientemente la palabra jubilado se me ha metido en la mochila, casi una consecuencia directa de la edad, aún así un honor, creo que merecido, después de una larga vida laboral. La asumo, desde ahora, como parte de mí mismo y de forma definitiva. Estoy decidido a honrar su etimología en el sentido de gozo y alegría el mayor tiempo posible. Lucharé con uñas y dientes por que sea una época intensa y duradera.

Por el contrario, el título de Abuelo o Aitite, ambos suenan muy bien, me va a ser regalado en breve. Para este último no he tenido que realizar esfuerzo alguno, más al contrario, acompañar a mis hijos en su desarrollo, ha sido, fundamentalmente, un placer que me ha dado la vida, así que el título de Aitite me lo tomaré como regalo sobre regalo.

Ya que en menos de tres meses tendré este título, y que a todo título le corresponde algún privilegio, me voy a permitir a mí mismo, ser la primera persona sobre este planeta que se dirija a Nora por escrito.

«- ¡¡Hola renacuajo!!, en pocas semanas empezarás a respirar aire puro por tí misma y, poco a poco, tus lindos ojos se irán adaptando a este mundo lleno de sorpresas. Empezarás enfocando a Ama, a Aita y a Menta, detrás de ellos, por ahora un poco borrosos, estaremos más gente, atentos, muy atentos a cada uno de tus gestos, viéndonos perpetuados en ti y disfrutando de tu presencia sin que tengas que hacer nada especial para conseguirlo. Entre ellos, vas a ver a un señor barbudo haciendo tonterías a tú lado. Un Abuelo soldado a una cámara de fotos, intentando que no se le escape ni una de esas bonitas sonrisas que seguro me vas a regalar. Un señor mayor que se verá tan torpe al tenerte en brazos como ya le pasó en dos ocasiones anteriores y que, a pesar de todo, se le saltarán las lágrimas de felicidad como le sucedió en esas dos ocasiones.

Hoy, antes de que llegues a este mundo complicado pero lleno de oportunidades, quiero que al menos, tengas claro lo que puedes esperar de tu Abuelo Montxu».

1.- Prometo quererte de forma incondicional.

2.- Prometo no bordear un charco si podemos meternos por el medio.

3.- Prometo mostrarte que lo peor del miedo es el propio miedo.

4.- Prometo mostrarte el valor del esfuerzo y la empatía.

5.- Prometo enseñarte a mirar de frente sin pestañear y a silbar bien fuerte.

6.- Prometo escucharte hasta el final.

7.- Prometo acompañarte, si lo deseas, en los repechos.

8.- Prometo que comeremos huevos fritos con las manos.

9.- Prometo enseñarte el poder de tus sueños.

10.- Prometo respetar las órdenes de Ama y Aita, al menos mientras nos vean…

Para Nora, de su Aitite Montxu.

Agur

He llegado a la Habana desde Trinidad sin más historia que un viaje, no muy pesado y peor tiempo según nos acercabamos a la capital. Parece que La Habana no quiere mostrarme su mejor cara ahora que me voy. Duermo en casa de Yeni y Jorge Irán, el hijo de Ana Luisa, la propietaria del establecimiento de Viñales. Estos chavales, de 23 años, son oro molido. Es cierto que la ayuda de los padres puede ser importante para arrancar, pero, ver la pasión de Jorge por el baile profesional y la lucha de Yeni, su pareja, por que todo funcione, incluso con trabajos extra al suyo para seguir adelante, hace no perder la esperanza en los jóvenes que no se van de este país.

Duermo en su casa y me siento como en la mía. Desayuno gourmet preparado al momento por Yeni. Muchas gracias, toda una delicia. Salgo a despedirme de esta ciudad, del Malecón y su mar, hoy enfadado, de Luis el trompetista, de Paco en su tienda, de Tico el vendedor ambulante, de jorge Luis buscándose la vida, de Daián en su bodega, de Raúl el cocinero, de Christian y Daimari en su restaurante, del padre Leo Jacas, de Dionisio el zapatero, de Kenia, de Ernesto y de mi queridísima Beatriz que, como una centinela perpetua, se encontraba junto a la puerta de su casa. Un abrazo, un beso y una despedida. ¡¡ Cuídese señora, me ha gustado coincidir con usted!!

Descanso un rato en casa de Yeni y Jorge y me despido con pena de ellos dos, de esta ciudad, de este país y de sus gentes, cálidas, abiertas y resignadas pero no ciegas, deseando que, más pronto que tarde, aparezca un líder que canalice el sufrimiento y lo convierta en combustible para la libertad.

He cumplido mi objetivo, creo que los cubanos que se han cruzado en mi camino, o yo en el suyo, me han hecho conocer una realidad que sólo intuía. Una vez más, y esta vez como nunca antes, he aprendido a valorar lo que tenemos y a ver la necesidad de protegerlo a toda costa, he aprendido el significado profundo de la solidaridad y los efectos de la resignación.

Espero que dentro de un tiempo pueda llamar, como le prometí, a Raul el cocinero y felicitarle por que, por fín Cuba y los cubanos, han decidido dar un giro a su vida sin abandonar sus valores, que son muchos.

Agur

No va más

Ayer decidí, después del atracón emocional, que no me podía ir de Trinidad sin más. La ciudad ha perdido todo interés para mi, es cierto, la razón de que así sea está a 5 km de aquí, en un suburbio de un suburbio, en una chabola donde vive una madre, sola, de 33 años y sus tres hijos. Comparada con esta historia humana, la ciudad y sus alrededores carecen del más mínimo atractivo. Hoy no me encuentro con fuerzas para enfrentarme de nuevo a esa realidad y como tampoco me apetece juerga turística, daré unas vueltas, sin más, sin rumbo y sin plan.

Desayuno y vagabundeo por las calles adoquinadas, tomo alguna instantánea, hablo con alguna persona, visito el mercado y me paro a comer en un restaurante céntrico a mediodía. Según estoy esperando el pollo guisado, veo pasar a una pareja andando, con sus bicis. ¡¡son ellos!! Gastón y Carole, otra vez se cruzan nuestros caminos, ¡¡ Qué casualidad!!. Son una pareja encantadora, nos conocimos en Viñales, ellos en sus bicis y yo en una alquilada. Canadienses los dos, cercanos los dos y muy, muy vitales. Llevan la sonrisa tatuada en su rostro. ¿Sabes cuando alguien parece no tener trastienda y te sientes cómodo a su lado? Pues esa impresión me dieron. En Cienfuegos nos volvimos a encontrar en medio del Malecón y ahora, por tercera vez, en Trinidad. Charlamos y charlamos hasta que mi pollo, ya criogenizado, decide volver al horno por sus propias ancas y recalentarse a sí mismo, camarera mediante. Gastón me enseña fotos de paisajes nevados junto a su casa de Canadá que parecen sacados de un cuento. Carole propone que cenemos juntos mañana como despedida, hoy tienen un compromiso, yo mañana quiero despedirme de los niños y Yenisel… Nos pasamos la dirección y nos emplazamos a vernos, si el destino y el guionista así lo deciden, en Canadá o en España, aunque, quien sabe, quizá volvamos a encontrarnos por cuarta vez en cualquier otro lugar.

El pollo recauchutado nunca ha sido mi primera elección, pero ha valido la pena, sin lugar a dudas, darle plantón por ver de nuevo a Gastón y Carole.

Sigo paseando por la ciudad y otra aparición, Fulgencio, el artesano del Yarey entrando a la que parece su casa. Yo le encargué que me hiciera una serpiente, pero me he retrasado un día y el hombre creía que ya no estaba en la ciudad. -Aún la tengo en la bolsa. amigo.

Ramón Cano limpia unas libras de arroz a la puerta de su casa, con sus 1500 pesos cubanos de pensión, unos 10 euros al mes, después de una larga vida laboral como mecánico, no puede permitirse comprar arroz limpio y con sus manos, una a una, lo limpia de impurezas. Su mujer me mira recelosa. Adiós tocayo, te deseo lo mejor. Una señora me sonríe, sin pretensiones, desde su ventana al pasar. Una anciana muy seria y que no responde a estímulos, al menos a los míos(padeció un ictus hace poco) sentada en su silla, creo que me ve transitar junto a su portal. Algún ¡buenos días! con los lugareños, completan mis contactos de un día que necesitaba alejarme un poco de todo y así ha sido.

Cena en el restaurante San José, otra vez, en esta ocasión solo y a dormir en casa Rino.

Ya es sábado, me voy en dos días de este país, me levanto fresco y con ganas de enfocar esto que me está pasando de forma coherente y adulta. «dios no lo quiera»… La familia de La Pastora me suponen ya en La Habana pero aquí sigo. Yenisel trabaja limpiando la escuela, también los sábados. Escribo algo y paseo por zonas de la ciudad que desconocía. A mediodía me pongo en contacto con ella y le digo que quedaron pendientes anteayer unas pizzas.- Si quieres puedo acercarme hasta vuestra casa y las comemos allí, con los niños, llevaré también refrescos. Yenisel encantada con la propuesta. Diez minutos después me llama para decirme que mejor que en su casa, en la casa de los padres de Cuco, el niño amigo de sus hijos, que tienen mesa más grande. Yo sé la razón, se avergüenza de su vivienda. Ignora lo poco que me importa como sea la casa o la mesa.

Me pongo manos a la obra para la logística y el avituallamiento. Vamos a ser diez, las dos familias y yo, hubiese preferido solo con la familia de Yenisel pero…Cinco pizzas, algún dulce, refrescos y cervezas. Los encargo en el Adita café. Un taxi que me lleve y otro que me traiga ya entrada la noche. No vengo andando desde allí abajo ni por un cortijo. Victor, de la casa donde me hospedo, me dice que en esa zona por la noche puede haber bandoleros. No me creo nada, pero, por si acaso, ni cámara ni dinero. Solo mi Victorinox multiusos y la linterna led de mi bici. El taxi ha sido complicado, me dicen que es carretera de tierra, que ha llovido y que se puede quedar atascado en el barro. Al final consigo uno que me va a esperar hasta después de la cena aparcado por allí.

LLego a la Pastora y toda la tropa sale a mi encuentro, me ayudan con las bolsas, también traigo leche en polvo, medicamentos, bombones Rafaello que he encontrado como por arte de magia, chupachups, maquinillas de afeitar y pasta de dientes. ¡Oh, Oh, Oh,Oh!. Entre dos me ayudan a salir del taxi, proyectando las piernas hacia delante para que no ocurra lo que está ocurriendo, acabar embarrado.

Saltos y brincos, las niñas se me echan encima, Jorge Ernesto me da un fuerte abrazo y Yenisel hace lo propio. La familia de Cuco me gusta bien poco, el padre apesta a ron barato, la verdad es que tampoco se como huele el aliento a ron caro, así que esta última frase es una presunción…. La madre, con las cejas repintadas y sus otros dos hijos completan una familia en las antípodas de Yenisel y sus tres hijos, pero esto es lo que hay, yo soy el invitado…

El padre de Cuco intenta monopolizarme y llevarme a la trasera de su casa con la disculpa de enseñarme su huerta, dejemos jugar a los niños. ¡Este hombre se debe pensar que soy gilipollas!. Le leo las intenciones desde lejos, ya soy un experto «anti embauques». -Amigo, se nos enfrían las pizzas, y yo he venido a estar con los niños, volvamos. He repartido todo mi cargamento y por respeto a la situación, he tenido que darlo todo a las dos madres para que se lo repartan, aunque dirigiéndome a Yenisel y dejándola encargada de hacerlo, me da al nariz que no va a ser ella la que lo organice.

Yenisel reparte las pizzas dejándome a mí mucho más que al resto en detrimento de su porción… Comemos y reímos, ya es totalmente de noche y aquí no hay ni farolas, ni apenas luces de casas, ni comercios, ni nada que nos ponga en un contexto habitado. Una pequeña casa con techo de tejavana que se prolonga hacia el frente, dejando un porche con una mesa donde los niños comen y los mayores, de pie, también.

Terminamos las porciones de pizza y los refrescos y….

¡¡EMPIEZA LA FIESTA!!!

Esto es el «no va más» de este viaje. Una música super alta suena desde el interior de la casa, reguetón o perreón o como se diga, que yo de estos ritmos se muy poco, tirando a nada. Todos bailan, todos, subidos en las mesas, en las sillas, moviendo el vientre como una lavadora unos, el culo con una vibración imposible otros y yo, allí, en medio, los primeros segundos, al final, la desinhibición se impone y acabo como ellos, bueno, con un ritmo más bien de Paquito el chocolatero. Creo que ha sido al menos una hora sin parar. He lanzado a las niñas al aire las suficientes veces como para que mi hernia discal acabe definitivamente en un quirófano.

Hacía mucho tiempo que no me sentía tan eufórico. La situación es absolutamente surrealista y demencial. Estoy al otro lado del charco, rodeado de gente que hace cuatro días no conocía. Me he gastado una pasta para acabar en un lugar mísero y paupérrimo, donde la higiene, la cultura, la educación y las comodidades, brillan por su ausencia, estoy bailando como un poseso en medio de la noche en una cabaña, en un lugar turbio bajo la luz de una bombilla y con una música que más bien parece un atentado auditivo y en estos momentos, soy absolutamente feliz. Mientras»bailo»veo la caras de Yenisel, Jorge Ernesto, Rosa Maura y Roxana iluminando todo el barrio con su sonrisa. Agarro por la cintura a Roxana y a Rosa Maura y, como si fuesen dos toneles en horizontal, me las llevo hasta que noto, otra vez, el barro en mis zapatos. ¡¡Llévanos a España, Ramón!!

Por un momento se me desinfla el ánimo pero me repongo, no he oído nada…

Al final, después de tanto bailar y reír, acabamos derrotados y ya son horas de subir a Trinidad. Cuco sigue insistiendo que le regale a él mi boli de Ferrari, no le importa que Rosa Maura haya sido la primera en mostrar interés por él, yo, que ya tengo calculada la jugada se lo regalo, nadie dice nada, ni las niñas ni Jorge Ernesto. Caminamos en la oscuridad con la ayuda de la linterna led de mi bici, hacia el taxi. La familia de Cuco se ha quedado junto a la casa, parecen serios. Esperaban algo más, se nota, qué poco me gusta esta gente y menos que sean los vecinos de Yenisel y sus hijos.

Me acerco a Jorge Ernesto y con sigilo, para que no lo vea Cuco, le meto mi Victorinox en su bolsillo. (Marta dice que es absolutamente impropio regalar una navaja a un niño de 15 años, creo que no se imagina lo que es esto)- Para que te acuerdes de mí cuando no quieras seguir estudiando y continúes un rato más. Me abraza con precaución. Ahora Rosa Maura me lleva cogido de la mano, la suelto un momento y pongo mi linterna en su otra mano haciendo un gesto de silencio, pero se me escapa un ssss. Cuco se da media vuelta como un resorte.- ¡¡Te ha regalado la linterna!!. ¡¡Te la compro!!. ¡¡Te la cambio por el boli!!. ¡¡Esto no es justo!!. ¡¡Te la compro!!. ¡¡Yo la quiero!!. Le hago saber que cuando él solo tenía el boli, no ha pensado en los demás, sabiendo que nadie más tenía regalo. En vano. No es capaz de oír nada…

Me despido. Besos, abrazos, lágrimas y hasta pronto Yenisel, me habéis hecho pasar unos días maravillosos. Me pondré en contacto contigo desde España.

Mañana a las 7: 30 am me recoge el taxi colectivo para llevarme de vuelta a La Habana.

¡¡¡Qué viaje!!!

Hasta mañana

San José

Hoy toca un poco de turismo, para variar, espero una tarde intensa con los niños y su madre.

Cerca de Trinidad, a unos 11 km, se encuentra el pueblo de Casilda, con su pequeño puerto deportivo del que zarpan charter hacia las islas cercanas, una de ellas, Cayo Iguana, es nuestro destino. El día ha salido ventoso y no creo que la mar se encuentre en las mejores condiciones de navegación, aunque un catamarán, para una mala mar, moderada, es la embarcación mas aconsejable. El taxi que me traslada se convierte en el campeón del chatarreo en este viaje y, por si fuera poco, su conductor, ya entrado en años, tiene una querencia especial por el claxon. Bajo la mirada por si alguien me reconoce. ¡¡ Qué vergüenza!!

Somos unos 15, repartidos entre proa y popa, la mayoría en proa, he cogido buen sitio cerca de la amura de babor, el viento entea por estribor así que estoy protegido por sotavento de salpicones y pantocazos. De algo me tienen que servir 25 años en este mundillo, je je.

 Zarpamos. 

El viento arrecia y aunque las olas no son grandes, comienza a levantarse mar. Un catamarán, es una embarcación con dos cascos y una malla central en proa, como todo el mundo sabe, es muy agradable porque puedes ver el agua pasar entre ambos patines y cuando digo pasar, lo deseable es verla pasar de proa a popa, lo que no estaba previsto…al menos en mi cabeza, es que el agua pasara también de abajo a arriba, esto es, del mar hacia mí a través de esa malla. Los dos o tres primeros salpicones, nos hacen gracia, unas risas y proteger la cámara y el teléfono en mi bolsa de “tela”. Cuando uno empieza a notar los calzoncillos mojados, las risas ya desaparecen y la llegada a  la isla a la que nos dirigimos se torna inalcanzable. Como siempre y una vez que nuestra ropa ya no admite más agua, vuelven las risas, algunos se desprenden de sus camisetas y otros aún imploran un hueco en la abarrotada popa.

La isla de las Iguanas es una pequeña isla con cocoteros, manglares, arena blanca y muchas iguanas, casi todas alrededor de un chiringuito donde nos darán una paella de marisco. Es la isla del caribe que todos tenemos en la cabeza, pero aquí no hay absolutamente nadie más que nuestro barco y otro de los dos trabajadores del chiringuito, que por lo que me han dicho, están hasta el moño, llevan una semana aquí. Lo mejor de todo es que, si consigues transporte o te alquilas tú una embarcación, te puedes venir y hacer noche, la isla, las estrellas y tú…¡¡qué flipe!!. No sé cuáles serán los hábitos nocturnos de las iguanas, esa es mi única duda…

La isla se recorre en 30 o 40 minutos y es lo que hago, el agua está impresionante, corales en el fondo y peces de todos los colores entre ellos, hasta algunos peces flauta que saltan como locos del agua como si fuesen peces voladores. Los pelícanos, sobre el agua, al acecho. Las iguanas parecen pacíficas, al menos desde la distancia, todas están cerca del chiringuito. Me han dicho que comen las sobras de nuestra comida. La comida aceptable, sin más. Otro paseo por la isla con unos franceses Eric y Aniece que viven en Milán y han viajado por medio mundo. Tenemos una charla muy agradable sobre Europa. Eric ha iniciado una fundación que da microcréditos a gente de Chiapas. Muy interesante, nos mantendremos en contacto. Volvemos, esta vez con viento de popa, lo que evita los salpicones. Mi ropa se ha secado completamente, colgada de un manglar seco. El taxista músico me espera con su troncomovil. Llegamos a Trinidad. Ducha y relax hasta las 18:30 que he quedado cerca de la estación de ómnibus con Yenisel y los chicos.

A ver cómo explico esto sin que nadie me malinterprete porque no es mi intención. Alguien ha aconsejado garrafalmente a esta muchacha de 33 años sobre el “dresscode”para esta ocasión. Los niños, estupendos, casi irreconocibles, con sandalias y unos vestidos monos, incluso las dos peques con uñas largas de colores, pero el escote de Yenisel… sin palabras. Bueno, soy lo más alejado de un puritano, pero creo que se va a sentir incómoda. Nos mira todo el mundo según caminamos, a mi me importa un bledo, pero a ella la noto muy nerviosa, vamos charlando por el camino, Jorge Ernesto, el mayor, de 15 años, no ha venido, alguien le va a acercar en una moto hasta el restaurante. Yenisel es como una niña de 14 años, parece todo inocencia, a pesar de la vida tan dura que ha tenido que pasar con tres niños y su marido en la cárcel y viviendo en precario, no tiene malicia aparentemente.

 El restaurante San José es, sin duda, el mejor restaurante de la ciudad, la entrada está regulada por una exuberante chica mulata, vestida de negro, con cabello negro y ojos negros, muy elegante y educada, hace una hora hablé con ella para la reserva y acordamos que nos encontraríamos mas cómodos en la terraza, tiene más espacio para moverse y no es tan formal.

La carta está en español, pero para ellos, en sánscrito, sería igual de complicado, no conocen el 95% de lo que allí aparece. Nos obsequian con unos aperitivos de la casa mientras nos decidimos. Panecillos tipo bollo con algo parecido a una vinagreta pero mucho más sabroso. Es un verdadero placer verles experimentar con sabores nuevos, a la vez que ríen sin parar. Llega Jorge Ernesto, saluda muy amable pero solo tiene ojos para la chica de la entrada, está en shock, resopla cuando la mira y me lanza una sonrisa pícara. Yo disfruto con la situación. Hemos elegido unas croquetas de malanguita con pescado y una tabla de Jamón serrano que nunca han probado. Roxana come con sus manos, no seré yo quien diga ni media, si miran, que aprendan como se puede ser feliz con tan poco, la tengo a mi lado y es como un torbellino. Rosa Maura “Pocahontas” en frente y a los lados de la mesa, Yenisel con Jorge Ernesto y en el otro Cuco. 

Todos están de acuerdo en comer, después de los entrantes y el plato principal y antes de los postres, una pizza, todos menos yo, desde luego. Yo, que conozco las raciones de este restaurante, sugiero esperar a terminar el plato principal y pedir la pizza después, si aún cabe en esas tripillas flacas. 

Todos piden un guisado de carne de cerdo con vegetales, Yenisel se anima con la parrillada de marisco, como yo. Unas Pepsis, unas maltas y cerveza, yo un blanco chileno.

La comida transcurre entre risas y juegos (teléfono estropeado, un juego de habilidad con las manos y otro de adivinanzas) somos todo un espectáculo pero nadie nos llama la atención, todo lo contrario, solo veo sonrisas cómplices. Todos quieren que pruebe de su plato, aunque es el mismo, se acercan con su tenedor y me dan a la boca de su comida, si lo hago con uno el siguiente se ofende si no lo hago con él. Comen como si no hubiese un mañana, pero siguen sin olvidar la pizza. Rosa Maura cambia de sitio, estoy rodeado de las dos niñas. Me agarran, me abrazan, no puedo ni comer, Yenisel es como una niña más,pero mira complacida, parece muy feliz. Cuco, el niño de la otra familia, es más pícaro, pero es muy majo y listo. Jorge Ernesto le dice a su madre que los señores de la mesa de enfrente no hacen sino mirarla las tetas, se lo dice realmente molesto, Yenisel, avergonzada, me mira como pidiendo mi opinión, yo, asiento con la cabeza. Rosa Maura le ofrece su chaqueta blanca y se la pone a modo de babero. ¿Mejor así?, me dice. – Vas a estar más cómoda desde luego. Jorge Ernesto sonríe pero vuelve a mirar hacia la entrada, ¡¡¡me troncho de la risa!!!.

Juegan sin parar con mi movil y se hacen fotos conmigo, Cuco, que suele usar el movil de su padre, les enseña como se edita una foto. Rosa Maura la niña de 11 años, escribe algo en la foto con su dedo. Yo les doy mi libreta para que me escriban su nombre. Cuco, pone su nombre. Roxana, la peque pone te amo mamá, Rosa Maura lo ha pasado bien con Ramónsito «el pelu». Jorge Ernesto: Te prometo que voy a estudiar si tu me prometes que vas a montar a caballo conmigo. Rosa Maura coge de nuevo el cuaderno: Te amo papá y me mira con una carita entre alegre y triste a la vez. 

Con la disculpa de estar entre plato y plato, me levanto y me voy al baño. No puedo contener la emoción y no quiero que estos niños y menos Yenisel, su madre, me vean así. Tengo un dolor intenso en la garganta, doy vueltas encerrado en el baño como un hámster, me seco la emoción con papel higiénico. Miro mi teléfono y veo que la foto, la ha convertido en blanco y negro y que ha escrito con su dedito. Te Amo. Pienso en su padre preso, comprendo la situación de precariedad en la que viven y se me va el alma un millón de veces. Inspirar, expirar, inspirar, expirar, abro la puerta y vuelvo a la mesa.

 Unos enormes trozos de carne esperan a que cada niño dé buena cuenta de ellos pero, la física es la física y en esos cuerpos no puede entrar ese volumen, si acaso en el de  Jorge Ernesto. Efectivamente no han podido. Yenisel come el marisco, no se si esperaba otro sabor, los niños lo han probado de mi plato y no les ha gustado a ninguno. Llevan dos latas de refresco cada uno dentro para regar todo esto.

Definitivamente desechan la idea de la pizza y pasamos a los postres. Les vengo comiendo la cabeza toda la cena con el Brownie de chocolate y lo piden todos, no queda… Qué decepción.

Helados de diferentes clases con bizcocho. Los devoran. Da gusto ver a la madre mirar a las niñas. Rosa Maura y Roxana parece que me quieren enseñar algo. Se tapan las cabecitas con una servilleta cada una y manipulan. Se retiran las servilletas y se han dejado los párpados dados vuelta las dos… ¡¡¡Qué repelús!!! Digo. Todos reímos, la madre me mira sin parar de reír y lo hace ella también, a Cuco y Jorge Ernesto no les sale, yo lo intento y tampoco pero yo se hablar en pato… Esto ya es un espectáculo en toda la terraza.

Más de tres horas en el San José y pedimos la cuenta, Cuco la ve, no puedo evitarlo, aunque se la quito de las manos. Me mira asustado con unos ojos grandes y redondos.

Nos despedimos de la chica de la entrada y Jorge Ernesto la mira de reojo sin atreverse a levantar la cabeza. Salimos a la calle y se alejan todos de mí unos metros. Se agrupan como si de una melé se tratara y, de repente, corren hacia mi y se me echan encima gritando ¡¡¡Te queremos!!

La chica de la entrada mira perpleja. Yo no se que sentir, ya. Este momento, solo él, hace que este viaje merezca la pena.

Nos despedimos y se alejan cantando en la oscuridad. LLamo a Yenisel de un grito, ya están lejos, se acerca, esto es para vosotros Yenisel ¡Cuidaros!, me mira con los ojos llorosos y se va con los niños.

Sin comentarios

No me puedo ir mañana, sin más.

Hasta mañana

La Pastora

No se como va a acabar este viaje. Se que el día 20, a las 23h tengo un vuelo de vuelta. También sé que estoy en Trinidad y que soy un «turista». Sé que esta ciudad es bonita y con muchos visitantes y que he tirado alguna foto, pocas, que mostraré. En estos momentos no tengo claro muchas más cosas. Tengo muchas preguntas que se van a quedar sin respuesta y algunas respuestas que me convencen a medias. Así de simple y de confuso es este párrafo, como yo en estos momentos. Cada vez veo menos y siento más.

Salimos de Cienfuegos en un colectivo, dirección este. Cada vez viajo en carros más destartalados. Somos cinco más el conductor. Dos chicas de Asturias delante y dos hermanos italianos, ella y él detrás, conmigo. El viaje es bastante pesado aunque la conversación entre los cinco arranca rápido y es amena. Tenemos pactada una parada a medio día en una zona selvática de la montaña llamada El Nicho. Pozas de agua azul turquesa, con alguna cascada, se suceden según subimos la montaña caminando. Un lugar espectacular, supongo que más en época de lluvias, con más caudal en los saltos. Negociamos un arroz con pollo para cinco a la vuelta y seguimos camino.

LLegamos a Trinidad, mi lugar de destino, por la tarde. Nos despedimos y cada uno se dirige a su alojamiento. Yo voy a casa Rino, un italiano con un buen establecimiento en el que, intuyo, voy a estar muy agusto. La luz se va. Termino de editar mi blog y se pierde todo lo que había escrito al intentar subirlo. ¿Está seguro de querer salir del sitio? si, enter. No se ha guardado en su página…Vuelta a empezar. Salgo a cenar al restaurante San José, parece un restaurante europeo en todo. ¡Vaya nivel para cuba!

A dormir.

Trinidad es una ciudad colonial, fue la tercera ciudad creada por los españoles hace ya más de 500 años y además de unos cuantos edificios de aquella época, bueno, igual no tan viejos, posee las calles con un empedrado irregular que la hace muy auténtica. Su auge fue debido a la producción azucarera y uno de sus edificios más emblemáticos es la iglesia de la Santísima Trinidad. En torno a esta iglesia y a su plaza mayor, además de turistas, no muchos, encontramos artesanos de mimbre, vendedores de recuerdos y carros tirados por caballos que ofrecen un paseo por la ciudad.

Fulgencio está sentado junto a la iglesia, es un hombre enjuto y de tez oscura aunque no de rasgos típicamente africanos, tiene 78 años y es un artesano del yarey. Con esta planta seca y que corta en tiras con mucha habilidad, realiza todo tipo de figuras que vende a los turistas. Fulgencio, 40 años en un barco de pesca del gobierno cubano, ha recorrido medio mundo. El padre de su esposa se dedicaba a la profesión de artesanía del Yarey y el gobierno le ofreció aprenderla para que no se perdiera la tradición. Me parece que no vive mal para el estándar cubano. Sigo paseando por el casco antiguo. Muy cerca de la iglesia veo una casa colonial muy bien conservada, muy grande. A la izquierda de la puerta de entrada hay una gran ventana enrejada. Una señora mayor, sentada en su interior, contempla a la gente pasar. -Buenos días señora, qué bien está usted ahí a la fresca. Me mira pero no responde. Mi mente ya vuela…, esta gente pudiente ve la vida de otra forma, pero, un poco de educación…- Bueno señora, no quiero molestar, que pase usted un buen día.

Teresita es sorda, me hace un gesto, mano-oreja que no deja lugar a dudas. Fátima de 63 años es su hija y sale a la puerta, me explica la situación y charlamos un rato. La casa fue construida en 1780 y su familia la ha mantenido lo más fiel posible a la original. Me invita a pasar. La casa es enorme, tiene estancias por todos lados y aunque vieja, se ve que aquí se han movido pesos, pero… como nunca llueve a gusto de todos, sentados en unas mecedoras, me cuenta que hasta hace poco vivían con ella y su madre, varios familiares con algún niño pequeño al que adoraba. Una mañana se encontró la casa vacía de gente, todos habían marchado a Estados Unidos sin decirle ni una palabra, a hurtadillas, según le comentaron después, para no hacerla sufrir. Esto último me lo dice con cara de resignación y duda. Me habla de la historia de la casa y de los negocios azucareros, de su madre sorda, me invita a un café. Fátima no alquila sus habitaciones, no necesita el dinero aunque reconoce encontrarse muy sola. Me despido de ella y de Teresita.

Yo a lo mío, sigo andando hacia el exterior de la ciudad y se me van acabando las casas. Volvemos a ver basura por las calles, aunque el resto de la ciudad está impecable. Pregunto a un viandante si es el final de la ciudad y me responde que, en realidad, bajando la loma, a 1 km hay un barrio llamado La Pastora en una zona muy agreste, sin asfalto y el camino es de tierra seca. Creo que me va a dar tiempo, Filippo y Marta, los hermanos italianos, me han llamado para invitarme a tomar unas cervezas en su alojamiento y luego cenar juntos.

1km, 2km, 3km, 4km… Cada km que avanzo, pregunto a alguien que pasa en carro o en caballo y emplaza mi llegada a 1 km más y ya voy 4. Al fín empiezo a ver alguna construcción muy humilde entre plataneros y otros árboles desconocidos. Tres niños vienen corriendo hacia mí, me saludan pero no me piden nada,parecen muy alegres. Las niñas descalzas y el niño con chanclas. Parece que unas fotos no les molestan lo más mínimo y yo a mis anchas. Ya son siete. Hay un ranchón cercano donde les invito a un refresco de malta y unas galletas sin azúcar, a millón. El listo que lo regenta no quiere dejar entrar a los niños pero al hacer mención de irme y ver que voy a invitar a todos los niños, acepta. Conversaciones banales con los niños y risas por todos lados. El propietario se acerca a la mesa y hace un gesto que no me gusta a la niña mayor. Se acerca a mí y, al oído, delante de los niños, me dice que tres de ellos son hijos de un señor preso y que su madre limpia las escuelas cuando se van los niños. – ¿y esa es la razón por la que no le gustan estos tres?. – me responde con un gesto indescifrable. Cojo las galletas y los refrescos y nos vamos a la calle a tomarlos.

Nos acercamos a casa de los tres niños, el mayor Jorge Ernesto 14 años, Rosa Maura 11 años y Roxana 7, su madre, Yenisel de 33. Efectivamente su padre está preso pero no hago preguntas. La madre, humilde y sencilla parece una niña más, aunque trabaja 6 días a la semana, hasta las 17h, luego va a casa y se ocupa de sus hijos que han vuelto solos de la escuela y juegan por el barrio entre árboles y tierra. Montan en caballos escuálidos que no son de su propiedad pero se los dejan si consiguen alquilarlos a alguien de vez en cuando. No se a quien por aquí, me parece imposible.

En esta casa las condiciones de estudio para tres niños son, definitivamente imposibles. Jorge Ernesto quería ser albañil pero solo le dejan estudiar electricidad y no le gusta mucho. Charlamos un rato de la necesidad de estudiar para poder elegir pero, creo que no le llega el mensaje. Tengo una vía de agua en el corazón, se me va el alma, lo noto por segundos. Es impotencia y rabia a la vez y, me vais a perdonar, ya se que esto puede sonar feo pero, esas caritas no mienten, no sé si su padre será un bicho o una víctima del sistema pero estos tres niños y su madre son producto de algo que no funciona por ningún lado. Tienen, aparentemente, pasado presente y futuro condenados y se ven niños despiertos, se tocan, abrazan a su madre, ríen y juegan con la curiosidad en los ojos. Roxana, la pequeña, es un trasto pero muy cariñosa, Rosa Maura es una niña bellísima con rasgos orientales, la llaman Pocahontas y cuida mucho a Roxana. Jorge Ernesto, el hombre de la casa parece responsable y lo que más le gusta es montar a caballo con su vecino y amigo, Cuco. Se me hace tarde. Me despido con el corazón encogido y avanzo 1 km más, se me va a hacer tarde y no hay nada que ver excepto naturaleza y dadas las circunstancias, me la trae al pairo los plataneros. Doy media vuelta y llego de nuevo al poblado, allí está Jorge Ernesto esperandome para dejarme «su» caballo para volver hasta el pueblo, me enseña a montar, pero antes de hacerlo, el propietario envía un «mandao»para decir que el caballo está cansado y que no puedo llevarlo.

Le pido a Yenisel que me acepte 50 euros ( su sueldo de dos meses) me dice que son euros, que no son pesos, que me estoy confundiendo. Insisto. Mira el billete confusa y nerviosa y lo agarra con las dos manos, estrujándolo entre ellas.

¿Os apetecería mañana, cuando salgas del trabajo, venir a la ciudad a cenar en un restaurante muy bonito? ¡¡¡Esto es una algarabía!!! Pensaba que no les apetecería ir con un «viejo» de cena. Quedamos mañana entonces a las seis. Me pregunta si puede ir Cuco tambien, el amigo de Jorge Ernesto, le digo que bueno pero que no más niños, no puedo invitar a todo el poblado. Me da su número. Un teléfono viejo y sin datos, tipo nokia antiguo pero con el que podemos comunicarnos, me despido.

No siento el camino de vuelta. Estoy eufórico. Solo pienso en mañana. LLamo a casa, tengo que contar esto a alguien. He conocido a una familia increíble. Igual se sienten incómodos en un restaurante así, no? me dicen en casa. Ellos también están emocionados pero con preocupación por los niños y la madre. Se me va a hacer larga la espera.

Las cervezas en la terraza de Filipo y Marta, los dos jóvenes italianos, entran solas. Su casa es más humilde que la mía pero la señora Dalia es un torbellino, Umberto, su marido, vive sentado frente al televisor, sin abrir la boca. Fue soldado revolucionario 42 años y parece que se le fue la energía. Charlamos largo y vamos a cenar unos filetes de pescado a un restaurante familiar cercano. Filippo dirige una empresa de suministro de gasoil a camiones en Barcelona y Marta es enfermera en Londres. Hablamos de la relación entre pareja. Entre padres e hijos. De su trayectoria vital y profesional y de la mía. Hablamos de Cuba, de política, de la gente cubana. Son personas muy agradables y despiertas, muy activas y sin miedos. Ha sido una velada muy agradable.

Mientras camino por las calles de Trinidad, con la luz de cuatro farolas y la de móvil, hacia mi alojamiento, miro a la gente sentada viendo la tele, la mayoría en el interior y algunos sentados en el exterior charlando. En realidad, a los turistas, nos daría casi lo mismo visitar ciudades vacías, incluso sería m,as cómodo. Utilizamos nuestro tiempo en ver cosas, si acaso, la naturaleza, pero los artífices de esas cosas, las que las crean, mantienen y dan vida, esto es, los seres humanos que las habitan, esos que tienen una vida interior y mil historias que contar, les pasamos de perfil. Nos perdemos lo mejor de cada lugar en cada viaje.

Espero que el gps me lleve a mi casa sin errores, estoy cansado pero ilusionado.

Hasta mañana

La Perla del sur

Después de un largo recorrido desde La Habana he llegado a Cienfuegos. Los taxis colectivos son, como la misma palabra indica, taxis que se comparten para viajeros que van en la misma dirección, compartiendo también los gastos y haciendo más «llevadero» el trayecto. Normalmente son unos cacharros pero cumplen su función. En mi caso he tenido que hacer un trasbordo, lo que asegura al taxista, la concentración de todos los pasajeros a la misma dirección sin desvíos. Un francés que necesitaba sacar dinero del cajero nos ha complicado sobremanera y una hora adicional de espera a otro enlace que venía de Viñales, ha puesto definitivamente a prueba mi paciencia. Marta, lo he sobrellevado sin protestar y con buena cara, ¿ será cosa de «jubilaos»tomarse la vida con calma?

Cienfuegos, La Perla del Sur, es una ciudad distante 250km hacia el este de la Habana, se encuentra en la costa sur de la isla y ubicada en el borde de una bahía casi cerrada por dos lenguas de tierra que la separan del maravilloso mar Caribe.

Llego tarde y me doy un largo paseo hacia el Malecón, un cabo que se adentra en la bahía y que termina en lo que ellos llaman Punta Gorda. La tarde está cayendo y el cielo se tiñe de naranja. Sentados al borde del mar y a lo largo del Malecón, parejas enamorándose contemplando la puesta de sol, padres y madres con sus hijos haciendo familia y yo, paseando, disfrutando de este momento. No sé que tienen las puestas de sol que me invitan a soñar. Por alguna razón, como la buena música, conectan con algo espiritual en mi interior.

El sol se ha puesto y las luces, escasas, no son suficientes para iluminar las calles. Voy callejeando, ya totalmente de noche, se ha vuelto a ir la luz, ahora si que camino a tientas. Mi pie izquierdo no encuentra el suelo, y seguido de él, y en la dirección lógica que marca la gravedad, sigue toda mi pierna. El porrazo es inevitable y monumental. Acabo rodando por el suelo. Me palpo, con el corazón a cien, buscando desperfectos en mi anatomía, pero, por algún extraño enjundio, estoy ileso. Enciendo la linterna del teléfono (empezáramos por ahí) y contemplo, la alcantarilla sin tapa tras de mí, responsable de este desaguisado.

Hoy ya he tenido bastantes emociones.

Me despierto en casa de Mayra y Adalberto, una pareja que regenta una de las muchas casas que ofrecen habitaciones a los turistas que pasamos por este lugar. La habitación, que hacía presagiar lo peor, ha resultado cómoda y he dormido como un lirón. Mayra me prepara frutas desconocidas para mí, zumo de papaya, tortitas con miel y café con leche…¡¡¡con leche!!!. Estupendo. Adalberto, es de esas personas que, por su expresión, parece que te va a dar un mordisco a la primera de cambio. No lo es.

La plaza José Martí es el centro neurálgico de Cienfuegos. Fue en este lugar donde comenzó el alzamiento popular contra la dictadura de Batista en 1957. Tiene un arco de triunfo en memoria de la lucha por la independencia española a finales del siglo XIX, el teatro Tomás Terry construido por un empresario azucarero para lavar su conciencia explotadora, digo yo, la casa de gobierno donde estuvo preso Fidel y desde donde, posteriormente, dio un discurso en su marcha triunfal hacia la Habana. Fidel, Fidel, por qué no supiste parar a tiempo, con lo bien que lo estabas haciendo, esta visto que ni derecha ni izquierda, que nadie suelta el poder si puede retenerlo. La catedral, además de uno o dos museos completan esta nutrida plaza que deja, huérfana de cosas reseñables el resto de Cienfuegos. En cualquier caso, bonita sí es.

En una de las esquinas de la plaza veo un grupo de personas vestidas de un blanco integral que esperan, aparentemente a alguien o a algo. Saco mi cámara y a la segunda o tercera foto, una señora, desde lejos, me señala de forma efusiva, que deje de hacerlo. La hago caso, claro, y me acerco a ella para pedir disculpas y ya de paso, ver si me puede explicar la razón de tanto alboroto. Son un grupo de santeros. La santería es una religión de raíces africanas muy arraigada en Cuba, estos jóvenes se dirigen a un rito iniciático para hacerse santos. Doy las gracias por la aclaración y me voy.

Los escolares están entrando a clase. Me paro con un grupo de ellos a la puerta de la escuela, están interesados por mi cámara y yo por meterles dentro de mi SD, pero la profesora, amablemente, me lo impide, en realidad, desde lejos ya les había hecho una foto.

Me alejo del centro y voy hacia el extrarradio, mucho más rico en historias desconocidas y perecederas. Según avanzo, sentados en el suelo, junto a un bullicioso comercio desabastecido, como no…, encuentro una pareja de unos cincuenta y tantos que piden dinero a la gente que transita por el lugar, con pocos resultados, al menos en el tiempo que llevo con ellos. Claramente son mendigos y con una situación bucal lamentable. Hay que ponerse en situación, mendigos que piden a personas que no tienen casi ni para comer… Me sorprende su actitud, ambos tienen una sonrisa de oreja a oreja, incluso rien cuando la gente pasa. – Señora, ¿no sería mejor que pusieran cara de pena? así, igual conseguirían unos pesos más. Le digo yo. Si quiere lo probamos un rato, ya verá. – ¿A usted le parece que alguien tiene la más mínima duda de nuestra necesidad, ponga la cara que ponga?. En ocasiones hay que callarse, sin más, y esta es una de ellas, así que me callo.

Antonio está sentado a mi lado, tiene un gorrito blanco y mascarilla. Su expresión denota sencillez e inocencia, no como la de estos dos, que tiende más a pícara. Me cuenta que él trabajó de mago toda su vida por los pueblos, ahora, a sus 85 años y con su pensión, se ve obligado a salir, cada día, a buscar su sustento para llegar a fin de mes. Antonio vende bolsas de plástico finísimas a las personas que lo desean cuando entran en las tiendas. -¿Quieres que te haga un truco? Me dice – Claro que sí, señor. Antonio pide una tira de periódico que introduce con sus manos temblorosas en su puño, por arriba, poco a poco, dejando una esquinita en su exterior. La destreza del mago que fue, hace tiempo que ha tenido que desaparecer, pero su ilusión, casi infantil, por hacerme el truco, es de un enternecedor que te eriza el vello. Ahora tira de ella y ,sorprendentemente, va saliendo un billete de cinco pesos en lugar de la tira de papel. Aplaudo con emoción y le grito un ¡¡Bravo!! La gente me mira. Le doy un billete de 500 pesos ( 3 euros, una semana de su pensión). Lo mira con sorpresa y sonríe con ternura. Que sencillo es hacer feliz, aunque sea por un momento, a una persona que no tiene nada y lo necesita todo, entre otras cosas, atención y cariño, de eso que tenemos todos, que no se gasta y que damos tan poco, sobre todo a desconocidos.

Camino hacia entornos más profundos de la ciudad. En esta zona, las aguas fecales discurren por el exterior impregnando el aire de un tufo nauseabundo. Junto a la entrada de su vivienda, Ignacio, de mi edad, vende papayas bien maduras, quizás excesivamente maduras ya. No vende muchas pero Ignacio no está descontento con su vida. Ha tenido dos hijos que son felices lejos de aquí, vive tranquilo y no se queja del reparto que le ha tocado en suerte. Su abuelo era un cura español. Ante mi inocente pregunta sobre el celibato de los sacerdotes, Ignacio me dice que, según su madre, le gustaban más las faldas que la casulla, así que se vino a Cuba y se enrollo con tres cubanas, fruto de una de ellas, Ignacio vende papayas a la puerta de su casa. Me enseña la entrada a su vivienda, una especie de pasillo desde la calle donde, a derecha e izquierda, se suceden las puertas de las habitaciones donde viven diferentes familias. Una de esas puertas es la suya. Me hace apuntar la dirección y su apellido y me pide que, si puedo, le escriba de vez en cuando para contarle, «lo que yo quiera». Trago saliva y sigo mi camino.

Unas calles más y me encuentro con un chaval de unos veinte años, sentado en una sillita de madera. Tiene en su regazo un gallo, vivo, y con la ayuda de unas tijeras y como si de un peluquero se tratase, está depilando al pobre animal hasta dejarle dos ancas de Mercadona, pero vivas. ¿Me puedes decir para qué le haces eso al gallo? – Es un gallo de pelea o lo va a ser y es necesario pelarlos porque si no se calientan mucho cuando luchan. No se si me convence mucho la explicación pero me despido amablemente y me voy.

Un niño descalzo, como casi todos cuando no van a la escuela, juega solo en el fondo de un callejón. Dos niñas negocian el precio de una baratija con una señora a través de una reja. Un anciano, cansado, se repone en el suelo con expresión de no poder más.

Creo que por hoy ha sido suficiente. Me acerco hacia el paseo del Prado y voy a Casa Prado. Hoy me voy a dar un homenaje y cenaré, lo que más me atraiga de la carta, en su terraza con vistas a la ciudad y prometo dejar el remordimiento en la entrada y disfrutar, como Ignacio, de lo que soy.

Hasta mañana

La Habana Night

Hoy es casi una despedida de esta ciudad. Una ciudad impactante con tantos tipos humanos como cualquier otra, pero sometidos a un tipo de vida que les hace duros y resistentes. Cuanto tiempo aguantarán sin quebrarse es una pregunta que flota en el ambiente. Creo que he estado el suficiente tiempo y he conocido a los suficientes cubanos para hacerme una idea bastante precisa de cómo son y de cuáles son sus sueños y llevo mucho material, sobre todo en mi cabeza para reflexionar, así que no me precipitaré en dar una opinión.

Hoy es la primera noche que salgo. Los que me conocen ya saben que no es, para mi, el mejor momento para patear la calle. Hoy hago una excepción y llegaré tarde. Esta es la razón por la que no escribiré nada más. Voy Neptuno arriba hasta la Habana vieja.

Mañana 400Km.

Hasta mañana

Adiós Viñales

Día de marcha. Vuelvo a La Habana para de allí, dirigirme a otro lugar. Estos días de traslado son cansados y este, además, triste, siempre cuesta despedirse de alguien a quien has tomado afecto y en el caso de Ana Luisa y Rey, ha sido mucho en poco tiempo.

He dormido en casa de una vecina pero, como estoy de buen humor, aunque me de pena irme, prefiero no hacer más comentarios sobre las condiciones en las que he dormido para no perderlo…

Mi taxi, un almendrón colectivo, llegará a las 13h, así que desayuno rápido y copioso en casa de Ana Luisa. Rey me lleva con su moto, a la que adora, hasta la finca el Paraíso, situada en un alto desde el que hay buenas vistas de Viñales. Volveré andando. LLegamos y Rey se despide de mi. Un abrazo que se percibe sincero y recíproco. Seguro que tendré más contactos con este hombre. Una gran persona.

Miguel, un trabajador de la finca me la enseña con detalle, es una finca ecológica devastada por el ciclón hace unos meses. Su paso, con vientos de 250 km/h, aún es evidente. Después de mostrarme las plantas y animales de la finca, me acompaña hasta la casa. Un bullicio de chicas trabajan riendo y cantando, dos niños, hijos de la dueña y otro señor están con ellos. Me ven hacerle una foto a Miguel y van saliendo todos reclamando la suya, riéndose con cada frase que dice cualquiera. Como pago me invitan a un coctel de piña colada con hierbas aromáticas. Riquísimo. Espero no agarrar otra. Como cobro por enseñarme la finca, no aceptan nada. Me despido después de apuntar las direcciones donde enviar las fotos.

LLego y Ana Luisa está echando un rapapolvos a su vecina, de grueso calibre, pero con la calma y educación que creo que la caracteriza. Me despido de nuevo y salimos. Una pareja de USA detrás y yo delante. Nada reseñable del viaje excepto alguna vaca que ha salido a la autopista y alguna imagen similar.

LLego a La Habana cansado, es como estar tres horas dentro de una hormigonera. Bajo a cenar un bistec y subo. Algunas gestiones para localizar alojamiento para la semana que viene, por ahora infructuosas y a la cama.

Hasta mañana

Tocororo

Hoy me despierto recuperado y con ganas de marcha. El desayuno que me acerca Rey ha sido copioso, preparado con esmero y sabroso. Un buen café como corolario lo completa.

Mañana vuelvo hacia La Habana y tengo que reflexionar qué haré los días sucesivos, así que hoy toca aprovechar el día. Cueva del indio, Palenque de cimarrones y si me da tiempo, el Mirador de los Jazmines. Rey me ha agenciado una bicicleta, desde luego que la pago, lo que quiero decir es que tú pides y recibes inmediatamente, sin trámites, sin preguntas, sin demoras, así es este hombre, y estamos en Cuba, no lo olvidéis. ¿Entendéis, además, por qué Ana es una buena jefa?

Cojo la bicicleta y me hecho la cámara a la espalda. Me monto. Ya estamos, como siempre. ¡¡Joder qué sillín tan estrecho!!. La pregunta es la siguiente, si los culottes de bici llevan acolchado donde contactan con esa sensible zona de nuestra anatomía, ¿no sería más sencillo dejarse de chorradas de una vez por todas, y hacer sillines más acolchados por defecto, para poder montarse con pantalones sin acolchar? Vamos, que yo no suelo meter un culotte en la maleta cuando me voy de viaje y uno, que es de trasero escaso, ya se lo que le va a pasar en media hora.

Arranco siguiendo el mapa con el plan del día que Rey me ha escrito en una hoja.

Los 70 baches que libro en el primer kilómetro, no son nada comparados con los 180 que me como. Ole!!. Mirar al paisaje y a los cráteres simultáneamente es jodido, pero podía ser peor estar pendiente de si se acerca un vehículo por detrás, aquí esto no es un problema. Anuncian su llegada de forma múltiple. El estruendo de un motor de 1960 acercándose sería suficiente, acompañado del escándalo de una amortiguación de 1960 ya es imposible de obviar, pero, por si acaso, supuesto poco probable, que no te hayas enterado, aquí todo el mundo pita y como recuerdo del evento, una vez rebasado, el perfume «incombustido»de gasolina, te deja meditando hasta el próximo. Afortunadamente el tráfico es escaso y hoy, el ánimo, es alto.

Pascual me aguarda en la zona de parqueo, pero yo, que no le veo, me meto con mi bici y mi culo hacia la cueva. Grita. Grita otra vez y, ahora sí, me percato que la voz era para mí. Pascual es un señor con más sangre africana que la media y por varios comentarios que he oído, intuyo, solo intuyo, que están, generalmente, en otro nivel social.

Pascual trabaja 8 horas en el aparcamiento y cada dos días, además, guarda de seguridad de 24 horas en la cueva, toma ya. Su sueldo, mejor no lo pregunto, ya me lo se.

La cueva del indio se compone de dos partes, una seca y otra húmeda. Por la seca caminas en solitario, aquí no hay casi nadie. Cuando llegas a un lago interior, esperas un rato hasta que una barca manejada por un señor te viene a buscar. Se va la luz. Me río por no llorar. Supongo que esta sería la vista buceando en una cazuela de txipis. Espero y vuelve en cinco minutos. La cueva es muy bonita. Estalactitas, las de arriba, muchas y variadas. Estalagmitas, las de abajo, menos. LLega el bote y entramos, ya estamos cinco. Esto se parece a una botella, esto se parece a un pez boca abajo, esto se parece a un indio de perfil, esto se parece a un cocodrilo, ya hemos acabado señores ¡¡Que corra el cestito de las propinas!! No ha estado nada mal, sin tirar cohetes, claro que yo no veía nada de eso que decía el barquero, bueno el pez boca abajo sí, pero a mí me parecía más bien un ojo de lado o más concretamente una simple elipse vertical…

Pascual, junto a mi bici, mi cadena, no. Ella no se encuentra en su sitio y la de la chica que la ha dejado junto a la mía, tampoco. Ella ha llamado a la empresa de alquiler que ya están llegando. Yo coloco la cadena en su sitio, no es para tanto. Mis manos sí son para tanto ahora, negras de grasa. Un chaval me ve. Se acerca a una moto, espero que sea suya. Me hace poner las manos debajo de una espita del motor hasta que cae un chorro largo de gasolina. Me froto y ya no hay grasa. Ahora no me quito este olor en todo el día. Le doy las gracias y me voy. Esta tontería la hacen chavales para después ponerte la cadena y pedir unos pesos…

El palenque de los cimarrones es una cueva y una especie de fortificación que los esclavos negros, huidos de los españoles, llamados cimarrones, construían para defenderse y que no los recapturaran. A Pesar de todo, los cubanos nos tienen aprecio, o eso me parece a mí. Recorro el sitio con entrada en un lado de la montaña y salida por el otro. Es terrible pensar las condiciones de vida de esta pobre gente, arrancados de sus hogares en áfrica y traídos al otro lado del mundo a trabajar como n…no voy a acabar la frase. El efecto de semejante flujo de inmigración forzada y el mestizaje posterior ha conformado definitivamente al pueblo cubano. De camino hacia la entrada, dando la vuelta al mogote (montaña de piedra), visito una plantación de tabaco, Raúl y su hermano me la enseñan y me dan un master de fabricación de puros que supero a duras penas pero me voy con el título…200 metros más adelante veo un pájaro llamativo, no me da tiempo a cambiar de objetivo, que pena, es precioso y va en pareja de rama en rama, supongo que el macho es el de colores maás intensos, al que solo puedo fotografíar por detrás. Luego me entero que hay naturalistas que vienen hasta aquí, solo para verlo y que se van sin conseguirlo, quedan muy pocos y es el pájaro que representa a la nación cubana por tener los colores azul, blanco y rojo de la bandera. Ha sido todo un privilegio encontrarme con usted, señor y señora Tocororo.

Por cierto, hablando de macho y hembra, aquí, en toda Cuba, cuando alguien te dice los hijos que tiene, se refiere a los niños como varones y a las niñas como hembras. -¡¡Tengo un varón y una hembra, amigo!!

Marisol aguarda junto a mi bici, cuidandola, charlamos un rato, la misma historia, a cada cual más triste diría yo. No se si tanta resignación me está gustando. ¡¡Un poco de mala leche, leñe, buscad culpables!! No sigas hablando con Marisol que veo que le estas gustando y esta mujer se enamora rápido, me dice su compañero. En Fín, serafín…me voy.

Llego a casa de Ana Luisa y Jorge, donde me hospedo en una habitación que hoy tengo que dejar porque me quedo un día más y no hay sitio, dormiré donde una vecina. -Ana, ya se que es muy tarde, ¿me puedes poner algo de comer? «Calne de res, arós, fríjoles, malanga frita y tomate con pepino», todo riquísimo.

Subo hasta el mirador de los Jazmines a ver la puesta de sol, llegamos reventados de la subida (mi culo y yo..). La vista es preciosa pero está nublado, no importa, por el contrario, sobrevuelan constantemente los tiñosos, aves rapaces de hábitos asquerosos como podéis suponer por el nombre. Hay más que gallinas en estos pueblos. Fotos y cuesta abajo.

Ha sido un día estupendo, hasta ahora…

Me cambio de casa. Menos mal que solo es una noche… Vaya sitio donde me has metido, Ana. Además se va la luz y tengo que entrar con la linterna del teléfono y así sigo. Sin aire ni ventiladores y un calor de muerte.

¡¡VIVA LA AVENTURA!!!

Hasta mañana

Viñales a medias

Parece que el coctel de pastillas de ayer está haciendo su efecto. Hoy por la mañana, seguir recuperándome un poco, me he quedado algo débil pero la cosa parece que mejora.

La casa donde tengo una habitación «rentada», está regentada por Ana con la ayuda inestimable de Rey, su mano derecha. Ana es el prototipo de emprendedora que parece que puede empezar a florecer en Cuba si se abre un poco la mano. Esta mujer ha montado, de la nada, con las enormes dificultades que supone el suministro y cualquier permiso, un establecimiento turístico, limpio, bien organizado y que da un servicio integral a sus clientes. Lo mismo te alquila una bici o un caballo, que da de comer a inquilinos y a turistas no alojados, que te localiza el taxi o prepara salidas turísticas. Mañana haré una, espero. Ana, de cincuenta y muchos, tiene esa característica fundamental en una buena jefa, atiende personalmente a los clientes y se ocupa de que sus trabajadores estén cómodos, en una palabra, no solamente está al tanto de los beneficios presentes, tan habitual en este pais, sino que piensa en los futuros, por eso le va como le va. En España sería una empresaria de éxito sin límites. Maravilloso ejemplo de triunfadora en este 8 de marzo, día de la mujer.

He comido un poco de arroz o arós como dicen aquí, se ríen los niños cuando hablo por que digo muchas «zes». Un poco de pollo, cómo no y Malanguita, un tubérculo similar a la patata, muy suave que, según Ana, se les da a los niños cuando dejan de mamar.

Viñales es un pueblo en el oeste de Cuba de casitas de madera de una planta. Es un pueblo pequeño pero recibe bastante turismo por el mural de la prehistoria, las cuevas en los mogotes y las plantaciones de tabaco. En este pueblo hay un «jardín botánico»medio destruido por el ciclón del año pasado. Este jardín es privado aunque el guía, un chaval muy sencillo y humilde que se esfuerza como nadie en ser simpático, pide la voluntad despues del recorrido. Fue construido por una señora que tenía una gran pena por no tener hijos, así que iba colocando muñecos por todos lados. Hoy da un poco de grima ver las muñecas viejas junto a las plantas, parecen puestas ahí para algún ritual aunque su razón es otra, pero son entretenidas las historias de cada planta que nos cuenta el guía. Salgo del jardín y me encuentro con fuerzas para ir andando hasta el mural de la prehistoria, 6km de ida.

Por el camino me encuentro con un hombre sentado en el porche de su casa. Junto a él una gran sábana con alubias negras, perdón, frijoles. Luis me comenta que los tiene secando, después, puede meterlos en un pomo (botella de plástico) y le duran dos años o mas. Si los mezcla con arena duran más, porque se mantienen secos, luego los tamiza y elimina la arena antes de consumirlos. Suele ser al revés pero, en este caso, me pide que le haga una foto.

LLego cansado pero llego. A ver si soy capaz de describir esto. El paisaje está plagado de Mogotes, como pedruscos del tamaño de edificios grandes con cierta vegetación, que ha ido saliendo entre sus grietas a lo largo de los años. Una de estas paredes de piedra ha sido pintada con un mural multicolor de dudosa calidad, grafiteros de tres al cuarto, dice Marta, que representa la historia de la tierra: dos o tres amonites, unos dinosaurios y unos seres humanos. Lo curioso es el tamaño de 120m de ancho por 50 m de alto y lo que más me ha sorprendido y nadie lo dice, es que si te acercas mucho, ves que tooodo el enorme mural tiene lineas negras horizontales separadas no mas de 20 cm unas de otras, incomprensible y un trabajo de chinos, desde luego.. Unas fotos y me voy, estoy prácticamente solo.

A la salida hay un carromato sin caballo. William al que aquí todos llaman «el Chivero»me ofrece acercarme a Viñales. Le pregunto por el caballo y va a buscarlo. Está pastando las cuatro hierbas secas que hay por aquí en esta época del año. Aparece con «Moro» un caballo escuchimiciado pero que hace su trabajo de forma inmejorable. Se desvía en los baches. Si son muy grandes disminuye el paso. Responde a la voz de William y se detiene en los cruces. Todo esto sin intervención humana. Solo necesita que se le indique derecha o izquierda y poco más. William tiene mi edad, un hijo de 30 años y una hija de otra mujer de 42. El hijo es epiléptico y vive con su madre en otra ciudad. Hablando, llegamos a Viñales. Andando no habría tardado más, pero la charla con este buen hombre al que todo el mundo saluda al pasar, ha sido agradable. Cuando se entera que tenemos la misma edad, gira su cabeza hacia mí y me muestra con una carcajada expontanea su boca semi edéntula. Segundos después descubrimos que ambos tenemos un hijo de 30 y como si fuese la mayor de las sorpresas vuelve a girarse y me choca la mano en un gesto de camaredería. Rey dice que no es del todo completo, pero al hablar de él, lo hace con cariño. Le llamán el chivero porque en 2012 llegó aquí con un carromato y dos cabras. No pide nada así que propina doble, como siempre.

Me atrevo con un sandwich de jamón y queso, Ana? No cariño, el embutido te va a sentar mal, te lo hago de jamón y tomate. Hecho. Me lo como pero me cuesta.

Se nos acaba de ir la luz, esto es muy común en Cuba, en ocasiones durante horas. El pueblo se queda como la boca del lobo, es imposible ni caminar. Estoy ya en mi habitación, por suerte con la luz del ordenador.

Espero que mañana esté repuesto del todo.

Hasta mañana