La Pastora

No se como va a acabar este viaje. Se que el día 20, a las 23h tengo un vuelo de vuelta. También sé que estoy en Trinidad y que soy un «turista». Sé que esta ciudad es bonita y con muchos visitantes y que he tirado alguna foto, pocas, que mostraré. En estos momentos no tengo claro muchas más cosas. Tengo muchas preguntas que se van a quedar sin respuesta y algunas respuestas que me convencen a medias. Así de simple y de confuso es este párrafo, como yo en estos momentos. Cada vez veo menos y siento más.

Salimos de Cienfuegos en un colectivo, dirección este. Cada vez viajo en carros más destartalados. Somos cinco más el conductor. Dos chicas de Asturias delante y dos hermanos italianos, ella y él detrás, conmigo. El viaje es bastante pesado aunque la conversación entre los cinco arranca rápido y es amena. Tenemos pactada una parada a medio día en una zona selvática de la montaña llamada El Nicho. Pozas de agua azul turquesa, con alguna cascada, se suceden según subimos la montaña caminando. Un lugar espectacular, supongo que más en época de lluvias, con más caudal en los saltos. Negociamos un arroz con pollo para cinco a la vuelta y seguimos camino.

LLegamos a Trinidad, mi lugar de destino, por la tarde. Nos despedimos y cada uno se dirige a su alojamiento. Yo voy a casa Rino, un italiano con un buen establecimiento en el que, intuyo, voy a estar muy agusto. La luz se va. Termino de editar mi blog y se pierde todo lo que había escrito al intentar subirlo. ¿Está seguro de querer salir del sitio? si, enter. No se ha guardado en su página…Vuelta a empezar. Salgo a cenar al restaurante San José, parece un restaurante europeo en todo. ¡Vaya nivel para cuba!

A dormir.

Trinidad es una ciudad colonial, fue la tercera ciudad creada por los españoles hace ya más de 500 años y además de unos cuantos edificios de aquella época, bueno, igual no tan viejos, posee las calles con un empedrado irregular que la hace muy auténtica. Su auge fue debido a la producción azucarera y uno de sus edificios más emblemáticos es la iglesia de la Santísima Trinidad. En torno a esta iglesia y a su plaza mayor, además de turistas, no muchos, encontramos artesanos de mimbre, vendedores de recuerdos y carros tirados por caballos que ofrecen un paseo por la ciudad.

Fulgencio está sentado junto a la iglesia, es un hombre enjuto y de tez oscura aunque no de rasgos típicamente africanos, tiene 78 años y es un artesano del yarey. Con esta planta seca y que corta en tiras con mucha habilidad, realiza todo tipo de figuras que vende a los turistas. Fulgencio, 40 años en un barco de pesca del gobierno cubano, ha recorrido medio mundo. El padre de su esposa se dedicaba a la profesión de artesanía del Yarey y el gobierno le ofreció aprenderla para que no se perdiera la tradición. Me parece que no vive mal para el estándar cubano. Sigo paseando por el casco antiguo. Muy cerca de la iglesia veo una casa colonial muy bien conservada, muy grande. A la izquierda de la puerta de entrada hay una gran ventana enrejada. Una señora mayor, sentada en su interior, contempla a la gente pasar. -Buenos días señora, qué bien está usted ahí a la fresca. Me mira pero no responde. Mi mente ya vuela…, esta gente pudiente ve la vida de otra forma, pero, un poco de educación…- Bueno señora, no quiero molestar, que pase usted un buen día.

Teresita es sorda, me hace un gesto, mano-oreja que no deja lugar a dudas. Fátima de 63 años es su hija y sale a la puerta, me explica la situación y charlamos un rato. La casa fue construida en 1780 y su familia la ha mantenido lo más fiel posible a la original. Me invita a pasar. La casa es enorme, tiene estancias por todos lados y aunque vieja, se ve que aquí se han movido pesos, pero… como nunca llueve a gusto de todos, sentados en unas mecedoras, me cuenta que hasta hace poco vivían con ella y su madre, varios familiares con algún niño pequeño al que adoraba. Una mañana se encontró la casa vacía de gente, todos habían marchado a Estados Unidos sin decirle ni una palabra, a hurtadillas, según le comentaron después, para no hacerla sufrir. Esto último me lo dice con cara de resignación y duda. Me habla de la historia de la casa y de los negocios azucareros, de su madre sorda, me invita a un café. Fátima no alquila sus habitaciones, no necesita el dinero aunque reconoce encontrarse muy sola. Me despido de ella y de Teresita.

Yo a lo mío, sigo andando hacia el exterior de la ciudad y se me van acabando las casas. Volvemos a ver basura por las calles, aunque el resto de la ciudad está impecable. Pregunto a un viandante si es el final de la ciudad y me responde que, en realidad, bajando la loma, a 1 km hay un barrio llamado La Pastora en una zona muy agreste, sin asfalto y el camino es de tierra seca. Creo que me va a dar tiempo, Filippo y Marta, los hermanos italianos, me han llamado para invitarme a tomar unas cervezas en su alojamiento y luego cenar juntos.

1km, 2km, 3km, 4km… Cada km que avanzo, pregunto a alguien que pasa en carro o en caballo y emplaza mi llegada a 1 km más y ya voy 4. Al fín empiezo a ver alguna construcción muy humilde entre plataneros y otros árboles desconocidos. Tres niños vienen corriendo hacia mí, me saludan pero no me piden nada,parecen muy alegres. Las niñas descalzas y el niño con chanclas. Parece que unas fotos no les molestan lo más mínimo y yo a mis anchas. Ya son siete. Hay un ranchón cercano donde les invito a un refresco de malta y unas galletas sin azúcar, a millón. El listo que lo regenta no quiere dejar entrar a los niños pero al hacer mención de irme y ver que voy a invitar a todos los niños, acepta. Conversaciones banales con los niños y risas por todos lados. El propietario se acerca a la mesa y hace un gesto que no me gusta a la niña mayor. Se acerca a mí y, al oído, delante de los niños, me dice que tres de ellos son hijos de un señor preso y que su madre limpia las escuelas cuando se van los niños. – ¿y esa es la razón por la que no le gustan estos tres?. – me responde con un gesto indescifrable. Cojo las galletas y los refrescos y nos vamos a la calle a tomarlos.

Nos acercamos a casa de los tres niños, el mayor Jorge Ernesto 14 años, Rosa Maura 11 años y Roxana 7, su madre, Yenisel de 33. Efectivamente su padre está preso pero no hago preguntas. La madre, humilde y sencilla parece una niña más, aunque trabaja 6 días a la semana, hasta las 17h, luego va a casa y se ocupa de sus hijos que han vuelto solos de la escuela y juegan por el barrio entre árboles y tierra. Montan en caballos escuálidos que no son de su propiedad pero se los dejan si consiguen alquilarlos a alguien de vez en cuando. No se a quien por aquí, me parece imposible.

En esta casa las condiciones de estudio para tres niños son, definitivamente imposibles. Jorge Ernesto quería ser albañil pero solo le dejan estudiar electricidad y no le gusta mucho. Charlamos un rato de la necesidad de estudiar para poder elegir pero, creo que no le llega el mensaje. Tengo una vía de agua en el corazón, se me va el alma, lo noto por segundos. Es impotencia y rabia a la vez y, me vais a perdonar, ya se que esto puede sonar feo pero, esas caritas no mienten, no sé si su padre será un bicho o una víctima del sistema pero estos tres niños y su madre son producto de algo que no funciona por ningún lado. Tienen, aparentemente, pasado presente y futuro condenados y se ven niños despiertos, se tocan, abrazan a su madre, ríen y juegan con la curiosidad en los ojos. Roxana, la pequeña, es un trasto pero muy cariñosa, Rosa Maura es una niña bellísima con rasgos orientales, la llaman Pocahontas y cuida mucho a Roxana. Jorge Ernesto, el hombre de la casa parece responsable y lo que más le gusta es montar a caballo con su vecino y amigo, Cuco. Se me hace tarde. Me despido con el corazón encogido y avanzo 1 km más, se me va a hacer tarde y no hay nada que ver excepto naturaleza y dadas las circunstancias, me la trae al pairo los plataneros. Doy media vuelta y llego de nuevo al poblado, allí está Jorge Ernesto esperandome para dejarme «su» caballo para volver hasta el pueblo, me enseña a montar, pero antes de hacerlo, el propietario envía un «mandao»para decir que el caballo está cansado y que no puedo llevarlo.

Le pido a Yenisel que me acepte 50 euros ( su sueldo de dos meses) me dice que son euros, que no son pesos, que me estoy confundiendo. Insisto. Mira el billete confusa y nerviosa y lo agarra con las dos manos, estrujándolo entre ellas.

¿Os apetecería mañana, cuando salgas del trabajo, venir a la ciudad a cenar en un restaurante muy bonito? ¡¡¡Esto es una algarabía!!! Pensaba que no les apetecería ir con un «viejo» de cena. Quedamos mañana entonces a las seis. Me pregunta si puede ir Cuco tambien, el amigo de Jorge Ernesto, le digo que bueno pero que no más niños, no puedo invitar a todo el poblado. Me da su número. Un teléfono viejo y sin datos, tipo nokia antiguo pero con el que podemos comunicarnos, me despido.

No siento el camino de vuelta. Estoy eufórico. Solo pienso en mañana. LLamo a casa, tengo que contar esto a alguien. He conocido a una familia increíble. Igual se sienten incómodos en un restaurante así, no? me dicen en casa. Ellos también están emocionados pero con preocupación por los niños y la madre. Se me va a hacer larga la espera.

Las cervezas en la terraza de Filipo y Marta, los dos jóvenes italianos, entran solas. Su casa es más humilde que la mía pero la señora Dalia es un torbellino, Umberto, su marido, vive sentado frente al televisor, sin abrir la boca. Fue soldado revolucionario 42 años y parece que se le fue la energía. Charlamos largo y vamos a cenar unos filetes de pescado a un restaurante familiar cercano. Filippo dirige una empresa de suministro de gasoil a camiones en Barcelona y Marta es enfermera en Londres. Hablamos de la relación entre pareja. Entre padres e hijos. De su trayectoria vital y profesional y de la mía. Hablamos de Cuba, de política, de la gente cubana. Son personas muy agradables y despiertas, muy activas y sin miedos. Ha sido una velada muy agradable.

Mientras camino por las calles de Trinidad, con la luz de cuatro farolas y la de móvil, hacia mi alojamiento, miro a la gente sentada viendo la tele, la mayoría en el interior y algunos sentados en el exterior charlando. En realidad, a los turistas, nos daría casi lo mismo visitar ciudades vacías, incluso sería m,as cómodo. Utilizamos nuestro tiempo en ver cosas, si acaso, la naturaleza, pero los artífices de esas cosas, las que las crean, mantienen y dan vida, esto es, los seres humanos que las habitan, esos que tienen una vida interior y mil historias que contar, les pasamos de perfil. Nos perdemos lo mejor de cada lugar en cada viaje.

Espero que el gps me lleve a mi casa sin errores, estoy cansado pero ilusionado.

Hasta mañana

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