BLOG

Fortasec y Metronidazol

Salgo de la Habana en un colectivo (Un taxi que compartes con más gente) en este caso con dos francesas y un francés que van a Viñales, al oeste de la isla a disfrutar de la naturaleza salvaje de la zona. Yo me dirijo al mismo lugar, pero los espaguetis del sitio infecto del otro día me siguen diciendo, esta vez insistentemente, que ya me lo avisaron, que no los comiera… Luis, el chofer del taxi, un chaval, me dice que él se tomaría cuatro metronidazoles, el taxista…

Después de 180 km de conducción temeraria que hacen reír de nervios a los franceses de atrás y a mí ni un pelo, llego a Viñales. Nada reseñable en el pueblo para los habitantes, yo, en cambio, ver que hay mas carros que coches en un pueblo polvoriento y rodeado de tanta naturaleza, me parece interesante. Lo bueno de este pueblo, en cualquier caso, y para lo que he venido aquí, es por la naturaleza, sobre todo por las cuevas, pero eso será mañana, espero, porque los espagueti tenían sorpresa. Ahora estoy seguro.

Estoy tan cansado que, después de recorrer un poco el pueblo, me siento en un banco y me quedo dormido. Un tiempo inespecífico después me despierta un tipejo muy amable. ¡¡Amigo!!! ¡¡Vaya usted a dormir a su casa, está muy cansado!!! . Pues es verdad, le voy a hacer caso. Media hora después sigo buscando, sin éxito, al tipejo que con la disculpa de despertarme me ha robado las gafas de sol, ¡¡¡Será hijo de …!!!. Bueno, me voy a la casa donde he alquilado una habitación. La señora me dice que cuatro metronidazoles me vendrán muy bien. Otra vez los mismos Metronidazoles. Me los da. Me los voy a tomar porque me voy a deshidratar y los acompañaré de dos Fortasec.

Esto si que son aventuras. Jajaja

Hoy no hay fotos ni na….

Hasta mañana.

Ver, Oir y Callar

Hoy salgo tarde. Como diría mi hijo Bruno, aita, interaccionas demasiado con la gente y así no llegamos a ningún sitio. Hoy no he hablado mas de 5 minutos con nadie, así que, excepto una pequeña reflexión y «cierto»dolor de barriga, lo único que me he traído a casa son imágenes. Os pongo algunas. La reflexión…si. Pues, además de, a última hora, estar en la zona hiperturística, el resto del día me he adentrado mucho más en el sur de la ciudad. Cuanto más al sur, más degradada está. Una vez superados los recelos, me ha parecido tan segura como el resto. Por muy mala pinta que tenga todo, incluida la gente, nunca pasa nada, salir de la zona de confort es absolutamente necesario si queremos aprender algo. Así que eso de que las apariencias engañan, generalmente es bien cierto, eso si, no cometais el error que he cometido yo de comer cualquier cosa en cualquier sitio, igual lo pago caro.

Hasta mañana, que hay cambio.

#Nene

Ya se que esto va a parecer raro. Yo me alojo al Oeste de la Habana, en el Vedado, por lo que todas las mañanas dirijo mis pasos o las ruedas de algún almendrón hacia el Este. Hoy no. Hoy voy a caminar hacia el Oeste, todo casas sin nada reseñable, excepto el cementerio. Es justo hacia donde me estoy dirigiendo, a pie. Según avanzo por la avenida 23, la situación se va deteriorando. Los tipos humanos que me voy encontrando, denotan, claramente, una economía aún más precaria, si cabe, que en el resto de esta enorme urbe de casi 3 millones de habitantes. La suciedad en las calles aledañas y la falta de mantenimiento de los edificios, te hacen dudar si estarán ocupados o abandonados. La ropa tendida delata lo primero.

En unos soportales, a mi izquierda, veo lo que me parece una viejecita con mascarilla, dormida en el suelo sobre unos cartones. Paso de largo. Me paro. Vuelvo y, sin que abra los ojos, dejo un billete junto a ella y me voy. Avanzo unos metros y retrocedo de nuevo. Se lo va a quitar alguien o va a salir volando el billete. Se ha despertado y está sentada mirándolo. Me siento a su lado.

Kenia no es ninguna viejecita, su mascarilla, horrorosamente sucia, me impedía ver que no tendrá más de 50. Me decepciono un poco porqué me parece que los ancianos aquí tienen muy comprometida su existencia. Charlamos un momento y todo parece normal, aunque no entiendo nada de lo que dice. Será el acento. Al hacernos una foto de recuerdo, me da un beso de agradecimiento, no se. Me despido, pero no está por la labor y sigue 20 minutos caminando a mi lado. Veinte minutos sin parar de hablar ni para coger aire. Veinte minutos de los que no entiendo el 99% de lo que dice. Creo que está enferma, que es indigente y que su pareja es un ladrón…La gente del barrio nos mira al pasar, desde luego no hacemos buena pareja. Lo siento pero me la quito de encima en cuanto pueda, lo siento.

El cementerio Cristóbal Colón es enorme y tiene un buen puñado de sepulturas que son verdaderas obras de arte. Se respira paz en su interior, la misma que en todos los cementerios. Es un lugar perfecto para meditar o para relajarse bajo la sombra de cualquier árbol. Aquí no hay cipreses. Alejo Carpentier es el inquilino más famoso pero hay unos cuantos hombres y mujeres de renombre. Voy contemplando con mucha calma, admirando cómo puede transformarse el mármol en estas esculturas tan bonitas. Paso junto a la tumba de los padres de José Martí, españoles ambos, en cuba es como un dios, es el ideólogo de la revolución y de la independencia de este país. Fidel está en un segundo plano en todos los sentidos. Por alguna razón me paro junto a una sepultura más humilde y nueva, me llama la atención su inscripción «Te llevaré conmigo hasta que volvamos a vernos, nunca te diré adiós #nene. Esta es la fecha de nuestro primer beso 22-08-2019 donde empezó todo y no existe fecha en donde acaba porque nunca acabará.» Laura Herriman. ¿A que ya no pensais que estoy tan loco visitando cementerios? Otros consumen novelas de amor y telenovelas más empalagosas que un pestiño y más falsas que el beso de Judas. Aquí está todo el amor del mundo concentrado en unas hectáreas. Se siente.

Leo Jacas es el sacerdote de la bonita iglesia que está justo en el centro de este enorme cementerio. Van a cerrar en cinco minutos pero me deja entrar. Se ve rápido. Unas bonitas vidrieras. Una cúpula. Un retablo y poco más. Me despido no sin antes preguntarle por la localización de Alejo Carpentier, o lo que queda de él. Salgo. Me quedo un momento a la sombra del pórtico y sale Leo.

Leo, estuvo en la guerra de Angola como radiotelegrafista, fruto del ascenso que le supuso y de que domina perfectamente el Africans y el inglés, fue destinado por el gobierno cubano 4 años a Holanda como encargado de fletes marítimos y compra de suministros para Cuba. Un barco cargado de papas para plantar, llegó a su destino con todo el cargamento podrido. Juicio y condena de 10 años. Cinco años en la cárcel tardó en que, gracias a contactos en España y en la Santa Sede le repitieran el juicio y le declararan inocente de todo. Se metio al seminario y aquí está, después de otros destinos. Todo esto resumido. Podéis imaginar su ideología actual. Dice que los cubanos son el pueblo que mejor «gestiona» el silencio, de ahí su desesperanza. Nos han dado las uvas y el pobre se ha quedado sin comer, creo yo. Nos despedimos y me voy a la tumba de Alejo.

Los alrededores de este cementerio son muy turbios y el local donde acabo de entrar para comer algo, probablemente el peor, solo lasaña y espaguetis con jamón. Espagueti. Tenía que haberme marchado. Los espagueti me dicen que me vaya urgente, que no les coma. No les hago caso. A ver qué pasa luego.

Paro un almendrón para acercarme a la Habana vieja y estar un rato por la tarde. En el primer semáforo se para. El chofer sale, abre el capó, entra. Nada, que no arranca y estamos en mitad de la avenida. Nadie se altera. Vuelve a salir, capó y vuelta a empezar. Esta vez sí. Menos mal, arrancamos. Cien pesos los 8 km(60 céntimos de euro).

Vuelvo a recorrer las bonitas calles de la Habana Vieja charlando con uno y con otro, paso por «la bodeguita de en medio», no me interesa en absoluto. Me tomo un Mojito enorme en la plaza Vieja, el de ayer era mucho más pequeño. El camarero me pide hacer un trueque de su movil viejo por mi cámara… Hay un gran bullicio en la plaza, claro, es domingo.

En la esquina de una calle está Ramses, no primero ni segundo, Ramsés sin más, se dedica a localizar clientes para un restaurante próximo. Yo ya he comido Ramses. Charlamos de la situación de cuba, se nos une un transeúnte cubano y luego un indigente. Vaya grupo que hemos montado. A pesar de la cámara de seguridad que tenemos sobre nuestras cabezas, no se cortan un pelo. Lo de todos, que no nos dan ni para comer. Que el estado se queda con los beneficios de bares estatales, hoteles estatales, alquileres etc y no lo repercute en el pueblo. Que esto tiene que explotar de una vez, como el 11 de julio pero a lo bestia. Espero que así sea. Se está poniendo el sol y yo quería hacer alguna foto en el Malecón, llevamos aquí mas de una hora de pie. Me despido y me voy. Camino los 4,5 km hasta casa contemplando la algarabía del Malecón a estas horas. Es un lugar para compartir, niños, mayores, parejas, vendedores de todo tipo, músicos que amenizan cada 100m y todo junto a este bonito mar que, por cierto, nadie usa porque está prohibido bañarse…

Hasta mañana

Un día tranquilo en la Habana

Hoy ha sido un día tranquilo, creo que me empiezo a acostumbrar a esta ciudad, espero no ver como normal lo que no es. Va a ser imposible. Lo que si es cierto es que camino por los suburbios como por mi casa, tranquilo. Tenemos la costumbre de considerar sospechosa a aquella persona que no hace nada, están sentados en las calles sin más, contemplando la vida pasar. Creo que en este país no hay otra, pero son igual de fiar que en nuestro entorno.

Por supuesto, el tiempo un calco a los anteriores días, quizá alguna nube suelta.

Recorro todo el malecón de este a oeste. Desde el Vedado a Habana Vieja. Hoy quiero ir empezando a zambullirme en La Habana turística, en lo que ve todo el mundo que viene a cuba y se acerca dos días a esta ciudad. No puedo evitar, entonces, pasar delante de Luis el trompetista. Este hombre, al que ya voy conociendo, se coloca cada día en una zona poco turística del malecón, al otro lado del hospital, por lo cual, al no pasar casi turistas, recibe pocas propinas. Me intriga. Le saludo. Le escucho una canción y se lo pregunto. La respuesta es que necesita hacer, cada día, sus ejercicios de trompeta y, para eso necesita estar solo de vez en cuando. Vale, será así. Le comento mi plan del día y nos despedimos, no sin antes invitarme al ensayo de su banda, hoy a las 16h. No creo que pueda, Luis.

Un poco más allá, 10 niños de 11 o 12 años juegan al beisbol. Me paro junto a ellos y me siento en un banco. Hace un sol de justicia. Les pregunto si puedo hacerles una foto jugando. No se lo que han entendido pero, automáticamente dejan todos de jugar y vienen corriendo a mi banco. Todos en torno a mí. Perdonar, pero he dicho lo de la foto. Ya, pero qué tienes en la bolsa? Tienes agua? Tienes caramelos? LLevas una cámara? Tienes bolis? Eres de España? Cuantos años tienes?…. Tengo un paquete de regaliz. Casualmente con diez barritas. Qué alivio, esta vez no dejo a nadie fuera. Lo reparto. Lo prueban. Muchos lo tiran al suelo, no les gusta. La mitad de ellos se va. Vaya por dios. No te preocupes, son niños malos, me dice uno de ellos. Tienes algo más?… ¿Como se les llama a los toros que ya han toreado y que no hay por donde pasarles el capote? «Con toro que ya ha toreado vete con mucho cuidado». Pues eso, uno por la derecha otro por la izda, todo son manos… que agobio, ja ja ja. Bueno, son crios. Estoy un rato con los más tranquilos y me voy.

Las calles de Centro Habana son lugar de reunión para los vecinos, espacio de intercambio y trueque, a la vez que talleres improvisados para reparar, en plena calle, coches, triciclos, lavadoras y lo que se tercie, esto no se ve en la Habana Vieja.

El callejón de Hamel es un lugar en pleno Centro Habana, supuestamente relacionado con la santería, con una decoración profusa y absurda donde te intentan timar antes ni de hablarte y que no recomiendo ni pisar, por absurdo y por caraduras, dejo una foto para que os hagáis una idea. He entrado y salido casi corriendo. Que fantochada.

Encuentro a Beatriz en su acera, sentada, y estoy media hora con ella, se alegra mucho de verme y yo a ella. Una vecina dice que a ver si a sus años se ha vuelto jinetera…con sonrisa pero ahí queda. Beatriz la manda a ese sitio. Me dice que hay un señor que le corta la luz. «Un señor malo». Ciertamente su casa es como una cueva. Me despido con dos besos y me voy, hoy la he traído un gel de baño.

Cuando entras en la Habana Vieja, una vez que cruzas el paseo del Prado viniendo del oeste, mañana haré más fotos, parece que entras en otro mundo. Todo limpio. Todo restaurado. Historia de España y de Cuba mezcladas mires por donde mires. Ya no se ve gente humilde casi y los que están, tienen un objetivo claro, sacarte los cuartos. Reclamos de espectáculos, de restaurantes, de mercado negro, de puros, de chicas, de guías… es cansado.

Me siento junto a un señor que me parece extranjero a descansar un poco. Hablamos, y no, es cubano. Ha trabajado 20 años en USA pero volvió por su madre y al quedarse mas de un año perdió la residencia y no pudo volver. No hay un cubano sin historia triste. Se llama Roberto, el mismo nombre que otro que reparaba su coche. Me da mucha información sobre transporte y como llegar a Viñales y a Cienfuegos, dos ciudades a las que quiero ir. Me despido deseándole buena suerte. Me siento en la plaza vieja. Bullicio de turistas. Me pido un mojito. El primero de este viaje. Qué rico está. Son las seis y estoy cansado de patear, voy a coger un taxi por primera vez. Me lleva hasta Vedado y ceno una pizza.

Fín del día.

Hasta mañana

«Tremendo lugar»

Ayer me llamó Luis, el trompetista, he quedado con él en su casa. Quiere llevarme a pasar el día en «Tremendo lugar» eso es todo lo que le he sacado. No se si dejar la cámara y solo llevar el movil o llevarla, a saber a qué tugurio me lleva este hombre.

La llevo, nunca pasa nada.

Solo me queda un poco de la sandía de «8,5 libras» que compré anteayer para desayunar, así que me animo a ir al bufet del Hotel La Habana libre, es estatal y dicen que tiene buen precio. LLego al hotel, 1500 pesos (unos 9 euros), tampoco es calderilla por un desayuno, es la mitad del sueldo de todo un mes de un médico.Este país está enfermo además de bloqueado. El interior es como un comedor de colegio, más o menos y el bufet escasito, pero un poco de queso por aquí, tres lonchitas de jamón por allá, dos bollos, uno con crema de «color chocolate» y un zumo de piña de tercera prensada, me van quitando el hambre. Se acerca una señorita uniformada y me ofrece café. ¿Que es un desayuno sin café? algo muy triste, desde luego, así que acepto encantado el ofrecimiento y llena mi taza.

Un pródromo es algo que precede a una enfermedad, son como los síntomas previos a un mal que está llegando, es como la premonición de algo que, irremediablemente, te va a fastidiar. Pues bien, según acerco la taza de café a mis labios tengo un pródromo y, a pesar del aviso «prodrómico» de mi pituitaria, imbécil de mi, ingiero el primer y último trago que daré a semejante brebaje del diablo, perpetrado, además, como es lógico, en las mismísimas calderas de Pero botero a juzgar por su temperatura. Por respeto a las personas que allí se encuentran, no decoro las paredes contiguas con semejante asco de infusión y me lo trago. Me voy.

LLego a casa de Luis por un camino distinto. Primero paso por la bodega de Daian a darle los buenos días y a llevarle un detallito, él lo hizo ayer conmigo. Continúo. Esto sí es repugnante. Charcos con aguas fecales y basura en cada esquina. El perfume es imaginable, no es necesario que insista, ¿no?. La casa de Luis y María es muy humilde, como corresponde a la condición del 90% de los cubanos, aunque hay extremos como el de Beatriz que rallan la ignominia. La puerta se abre automáticamente para mí desde arriba, gracias a una cuerda conectada a la manilla, acompañada de un grito que oye todo el barrio ¡¡¡Ramóoon!!! ¡¡¡Sube!!!, y claro, subo. Un café. Otro café. Este sí sabe a café. El del bufet era un atentado a la memoria de Juan Valdez. María me dice que esta noche vaya a cenar a su casa y que me dará otra clase de baile. Con cierto apuro, rechazo el ofrecimiento con rotundidad y toda la educación de la que soy capaz, ayer hice lo mismo, qué vergüenza, no me apetece ni un poco, con una vez ya fue suficiente. Lo siento Marta, el baile no es lo mío, y después de verme el otro día en el vídeo que me grabó Luis, que nadie verá nunca, menos aún.

Nos despedimos de María después de una «amena» charla sobre análgésicos, antipiréticos, omeprazoles y duodenos ulcerados que han interrumpido el tránsito de tan rico café por donde tuviera que fluir. Caminamos hacia el barrio chino, de chino tiene justo el nombre, creo que quedan dos o tres asiáticos en toda la zona. Luis cojea, desde que le conozco cojea, desconozco la razón. LLegamos a una avenida principal. -Cuando llegue el almendrón me dejas hablar a mí, tú como un muerto, ok? ok. Los almendrones son las «máquinas», los coches en estado de ruina perpetua, que siguen rodando después de alguna invocación milagrosa y que, regulados por el estado, recogen al personal y lo van acumulando en su interior, expulsando a dosis de a uno, cuando el viajero así lo solicita, por un precio muy económico. Pago yo, claro, el tonto del bote, en este caso doblemente tonto porque el bote es todo mío…qué le vamos a hacer, menos mal que voy a visitar «Tremendo lugar».

Somos seis en el «almendrón». Cada uno a lo suyo, como en el metro. Lo que pasa es que este señor de mi izquierda me está metiendo el codo por mi flanco intercostal y a juzgar por su insistencia, no se está dando ni cuenta, o le gusta, vaya usted a saber. El olor a gasolina mal quemada y los sollozos del motor «recontrarreparado» amenizan el viaje. Vamos tirando lastre por el camino, esto ya es otra cosa.Salimos de la Habana. Media hora de viaje y llegamos a un pueblo bullicioso. Bajamos, ¿Eres extranjero, no? eh? Menos mal que Luis se adelanta y paga los 300 pesos (2 euros escasos), míos, que acaba de negociar, porque yo, callado como un muerto. Esa era la orden.

Intentamos coger un triciclo pero es demasiado caro. El conductor me dice que es normal que así sea y, señalándose las piernas, dice, ¡¡energía humana!! y no rebaja ni un peso. Ahí te quedas Indurain. Avanzamos y montamos en un carro tirado por un jamelgo que hubiese hecho llorar de lástima al mismísimo Rocinante. Su conductor , Ramón (vaya nombre más impropio para este menester…) solo grita desaforada y constántemente ¡¡¡a rincón!! ¡¡a rincón!!… y así, poco a poco conseguimos, a base de subir gente, que nuestra tarifa, que se cotizaba en 150 pesos por barba en el momento del embarque, baje a 50 pesos cuando se llena con las seis personas que Rocinante aguanta antes de espicharla de un colapso.

Una señora se acerca con ramilletes de flores. Parece que hay que comprar, los ojitos de Luis así me lo indican. Un ramo de flores debería hacerme pensar que algo raro va a suceder, a no ser que este señor se me declare aquí mismo… ¡¡Señor, llévame pronto!!. Deme uno, por favor. Lentamente avanzamos y cuando digo lentamente, no es un lentamente cualquiera, es un lentamente lamentable que se diferencia del parado en bien poco. Ramón tiene una charla amena. Las dos señoras también, pero discrepan radicalmente en su percepción de la situación cubana. La joven es, sin duda, familiar lejano de Fidel, eso o tiene un encefalograma cóncavo y los médicos aún no se lo han detectado, a juzgar por la arenga que está soltando. La mayor de las dos, parece razonable, aunque ambas y el chaval que llevo enfrente, respetan las opiniones de los demás. Me hacen muchas preguntas sobre España. El chaval quiere ahorrar para marcharse de aquí, vaya original, este país es todo un éxodo. El único que no habla es Luis. Yo creo que va pensando en «Tremendo lugar».Qué miedo me da……

El carro se para. Todos empiezan a bajarse y pagan a Ramón. El tonto del bote saca un billete de 500 pesos (3 euros) e intenta pagar. Lo siento, no tengo tanto cambio, dice Ramón.Lo lamento Ramón, dice Ramón, yo no tengo billete más pequeño. Luis mira a Rocinante, esto de aflojar la guita parece no ir con él… Ramón le dice a Ramón que puede comprar un ramito de flores en el puestito que tenemos al lado de «Tremendo lugar» y así le dan cambios. ¿Otro ramo?. Ramón, el tonto del bote, entrega el billete a la señora con superpoderes auditivos que, ya se está acercando, sin que nadie la llame. Son cien pesos. Me devuelve 400 y las flores. Le pago 50 +50 a Ramón y Rocinante. Le regalo las flores a «señora mayor» y la «señora encefalograma cóncavo» me mira con recelo pero se mantiene en silencio. Me bajo. Rocinante, ahora si, ligero como «piuma al vento», saca a Ramón y su carro de la escena y yo, Ramón, el otro, el tonto del bote y desde ahora el «Pringao» me encuentro de frente, sin nada que se interponga entre mis ojos y «Tremendo lugar».

El Santuario Nacional de San Lázaro en la localidad de El Rincón, ¡¡¡ a Rincón!!! ¡¡¡ a Rincón!!!, es uno de los lugares de peregrinaje más famosos de Cuba, también conocido como Babalú Ayé, una Orisha en la santería ( Qué demonios querrá decir esto último, luego termino el artículo de wikipedia), es famoso por ser el patrón de la C U R A C I Ó N D E L O S E N F E R M O S… ¡¡¡ LUISSS !!! ¡¡¡La concha de tu madre!!! ¡¡¡Culo roto!!! ¡¡¡Hijo de remilputas!!! dicho en tono jocoso, of course ( Disculpadme pero acabo de ver la serie Marginal en Netflix, os la recomiendo encarecidamente, pero con subtítulos, está en español, pero no hay quien entienda a los argentinos cuando se lo proponen).¿ Me has traído a una iglesia? ¿ esto era «Tremendo lugar»?.

Luis, persona muy devota a pesar de sus tres hijos con tres mujeres diferentes…, ha considerado que para mi, ateo confeso, sería muy interesante la visita a «Tremendo lugar» y ya que el Pisuerga pasa por Valladolid, ver si San Lázaro tiene a bien hacerle un favorcito con su pierna izquierda que se resiste a mejorar. El muy hij…

De la indignación paso, sin solución de continuidad, a la sonrisa y de ahí a troncharme de la risa. No se si es tan inocente, estoy seguro que no lo es, empero, como decía aquel, la experiencia (una más) es tan surrealista que encaja como «llave en cerradura»en este viaje y en lo que busco. Aún diré más, después de visitar el santuario y ver rezar a Luis en cada uno de sus rincones y salir a la fuente sanadora y contemplar sus abluciones en la pierna, cuando le pierdo un momento de vista, me levanto la camiseta furtivamente y me hago una friega rápida en la L5 S1 que tengo tocada… Estoy perdiendo el norte, lo se…ja ja ja

Comemos en un restaurante chamizo próximo. Tiene sus cuatro mesas ocupadas, una chica joven y su hijo de 11 años nos invitan a compartir la suya y posteriormente se nos une un amigo, peluquero, gringo, que ha mandado el capitalismo «al carajo» y vive por aquí, en el nihilismo ( esta palabra encaja bien,no?)

Pizza para mi y espagueti para Luis, paga «Rita la pollera». Conversamos largo rato. El niño, Yansen, hace unas preguntas impropias de su edad, parece extremadamente inteligente y reflexivo. Estudia en el cole y entrena para trabajar en el circo. Se interesa por cómo se vive en España y por qué esto es tan diferente. Le gusta mi cámara.¿ cuanto cuesta?. No se lo digo, para qué. Seguro que hace cuentas con lo listo que parece. Le enseño cómo funciona y nos hace una foto. ¿En qué dirección está Barcelona ?. Le digo que por donde sale el sol, más o menos y le regalo la brújula que nos dio Corus a los directores en un Coopera. Estaba en mi bolsa por si me perdía y no tenía movil y no había gente y no había taxis y habían cerrado la embajada Española en la Habana y el alzheimer se había apoderado de mi hipocampo…Otros llevan más calzoncillos que días dura el viaje …. Nos despedimos. Esta vez nos vamos en isocarro de cinco plazas. Yansen sale detrás de mi, corriendo, con su madre detrás para avisarme que me he dejado la brújula. El isocarro para y le insisto que es un regalo, que la guarde y que procure no olvidar donde está el este . Creo que entiende la metáfora. Su madre se emociona al ver la carita de Yansen y yo más.

Cogemos otro almendrón y volvemos a La Habana. El resto del día carece de interés después de lo vivido. Creo que me toca reflexionar, una vez más y hacerme preguntas que olvidaré mañana, seguro, aunque espero que algo quede. De lo importante de relativizar cada situación, de nuestra capacidad para disfrutar de las pequeñas cosas, de los gestos, de la risa, de lo enriquecedor de compartir, de superar los miedos y no dejar pasar el momento y de lo sano, en ocasiones, que es hacerte el tonto y disfrutar del presente piensen lo que piensen.

Paseo un poco por las calles de Centro Habana y me voy a casa.

Hasta mañana

ResponderReenviar

Caminando hacia Habana Vieja

Hoy el día arranca algo más tarde, tengo la intención de empezar a ver algo de la Habana Vieja, la zona más turística de La Habana, pero nunca se sabe lo que encontraré por el camino. Los medios de transporte son muchos y variopintos en esta ciudad, hay taxis convencionales, bici taxis, los coco taxis son una especie de huevos amarillos con tres plazas además del conductor, los almendrones o máquinas son coches antiguos, de los 60, que son los «carros»que quedaron anteriores al bloqueo estadounidense y las guaguas o colectivos que son los autobuses clásicos de toda la vida. Las máquinas, que están que se caen a pedazos, suben a la gente según van por la calle hasta que se llenan, son muy económicos y tienen rutas fijas, hay que saberselas. Hay otro tipo de coches antiguos que se dedican más a los turistas, están muy bien cuidados y son, generalmente, descapotables, su precio es otro, claro. Yo me alojo a casi 4 km de la Habana Vieja, en el Vedado y el medio de transporte, por ahora, es el coche de San Fernando…No hay mejor forma de empaparse de ciudad y de sus gentes, ademas me conviene andar.

Al poco de salir de casa, tomo la calle Neptuno, empiezo en el Nº1700 y tengo que llegar al Nº1. Adelante. Nada más empezar, me encuentro con una bodega, me paro. Miro y en su interior hay una sola persona, dos botellas de aceite y una caja de huevos. No veo mucho más. Quiero hablar con el señor, así que no tengo muchas opciones. ¿A como tiene los huevos? Pregunta tonta si hubiese sabido lo que ya se ahora. Las bodegas son los locales del gobierno donde, cuando hay género, se vende, a los habitantes cubanos del barrio donde se ubica, la cantidad fijada por persona y ni una libra más, previa cola de, en ocasiones, horas. Aceite 1 litro persona mes. Arroz cinco libras al mes, y así a precios muy económicos pero cantidades,claramente insuficientes para subsistir. El resto de la comida hay que comprarla en los puestos callejeros y buscarse la vida para conseguir el dinero. Todo esto y mucho más me relata Daián que lleva 12 años en este lugar. Le pregunto si puedo hacerle una foto. Acepta a regañadientes, con la mascarilla puesta, pero me impide que los huevos salgan en la toma, no se la razón. Me despido y sigo mi camino.

Avanzo rápido por Neptuno contemplando escenas callejeras pintorescas y tomando buena nota de ellas. Llego a un colegio. Las ventanas abiertas pero enrejadas me permiten ver y oír a la profesora impartiendo una clase de gramática española a los niños. Contiguo al colegio hay un zapatero remendón, un local muy pequeño. Dentro está sentado Dionisio cosiendo unas sandalias. Tiene 89 años. Fue militar rebelde, después camionero y ahora zapatero. Cobra una pensión pero puede trabajar para complementar. Me habla de su paso por el ejército, de lo que aprendió allí, de la suerte que tuvo, pues gracias a ello ha conseguido este local que le han intentado quitar varias veces pero su expediente lo ha impedido. Hablamos de los «Españoles» y nos lanzamos puyas mutuamente, nos reímos y se suma un amigo suyo que pasaba por ahí. Antes estabais por encima y os mandamos para casa y mira como estamos ahora, sonríe. Me cuenta sus problemas de próstata, que sangra de vez en cuando y que está en lista de espera para que le atiendan, no tiene dinero para hacer un donativo y que le atiendan antes… en la zapatería le ayudaba su hermano menor pero se lo llevó la pandemia y ahora está solo. Me despido con un apretón de manos y otro nudo en la garganta.

Vuelvo a comer en el Chago la Habana. El restaurante me cae cerca de aquí. Los camareros han cambiado. Hay dos turnos que se alternan. El cocinero es el mismo, Raúl, cuando termina su trabajo viene y charlamos de política durante casi una hora. Está convencido que esto no va a cambiar nunca. Yo le apuesto a que antes de un año ha cambiado y se ríe sin convicción. Le pido su teléfono para llamarle dentro de un año a las 11h de la mañana de España para felicitarle por el cambio. Hacemos unas risas y me voy.

He llegado a la Habana Vieja, me acordaba de algo de hace 10 años. Sigue igual. Calles empedradas. Vendedores. Reclamos. Guías turísticos. Timadores. Gente desfavorecida pidiendo y un sinfín de tipos humanos. Todo impoluto y cuidado. Si vienes a La Habana y solo estás por aquí, no te enterarás de qué va esta ciudad.

Mañana volveré, si puedo, aunque he quedado a las diez con Luis, el trompetista para ir juntos en autobús a no se donde.

Agotado ya, vuelvo hasta el Vedado, a casa, a descansar un poco, por el camino una chica joven intenta que me siente en un banco con ella para explicarme lo mal que trata la policía a las mujeres. Está claro que no me voy a sentar en ningún banco… Continúo mi camino. Al pasar por la bodega, desde la calle, saludo a Daián, me hace un gesto para que entre, les ha llegado mercancía y me regala dos saquitos de café con chícharo molido (garbanzos), los acepto. Le doy las gracias y sigo.

Ha sido un día cansado. Ceno en casa un bocata que he comprado y una Estrella Galicia que he encontrado en un kiosco por 300 pesos…

Hasta mañana

Leche condensada

Parece que en este país están abonados al buen tiempo. Otro maravilloso día por delante. Los mismos 33 grados de ayer y de mañana. La misma calma en las calles ruidosas. Nadie se enfada. Nadie protesta. Un hervidero de gente que asume.

Hoy desayuno en casa mi maravillosa leche en polvo, con café la fortaleza que me he traído de Leioa. Aquí no hay leche para los cubanos. Solo les dan para los niños muy pequeños, leche en polvo y muy poca. ¿Un brik de leche entera fresca? ni lo recuerdan. Pensar en ello mañana, al desayunar.

Tres maquinillas de afeitar y paracetamol para Luis. Regaliz para María. Pegamento dental y leche condensada para Beatriz. Va a flipar. Dos maquinillas de afeitar e Ibuprofeno para Jorge.

Luis está en su sitio en el Malecón con su trompeta»descromada». Un apretón de manos. Largo. Toca para mi una canción tras otra. Toca canciones archiconocidas, esas que cree que los turistas queremos oir. Hoy no está tan inspirado como ayer, dice que para tocar la trompeta hay que calentar, y tocar todos los días. Algún gallito. Se apura. No se da cuenta lo poco que me importa si le sale bien o mal. Mientras él toca, yo miro al mar. Sin más. Sin hablar. Sin pensar. Solo disfrutando de este momento con la calma y la paz que se merece. Sé que en unos minutos mi ánimo va a ser otro bien distinto. Me despido con un abrazo.

¡¡¡No puede ser!!! No encuentro la calle de Beatriz. Estoy seguro de que era esta. Esta tampoco. Me decido a retroceder y voy recorriendo las calles en zig zag, de oeste a este. Una tras otra. Un poco agitado. ¡¡¡Allí esta!!!. Sentada en la acera con su gorrito blanco. Me ve llegar y me saluda con un imperceptible movimiento de su mano al reconocerme. Está con Reinaldo, 90 años, trabajos de mantenimiento y guarda para el francés que vive en la azotea. Me gustaría conocer al francés de la azotea pero no está. ¿Por qué un francés deja todo y se instala en un inmueble como este? Tengo que pensar más en mis clichés. Reinaldo quiere mostrarme las vistas desde la azotea y subirme en un ascensor de mas de 100 años. Sin duda mucho más peligroso que caminar por las calles de Medellín, de noche, con un rolex en la muñeca. Venga Montxu, no exageres, esto no es nada. Ante mí toda la Habana, el Morro, el mar. Que gozada. Al bajar me cruzo con una inquilina joven, ¿Español?. Si, buenos días. Invádannos de nuevo, por favor, ustedes o los americanos, da igual, pero háganlo rápido. Trago saliva.

Después de explicar a Beatriz cómo se usa el pegamento dental y de darle una caja de analgésicos para sus huesos, viene el plato fuerte. Intuía que el tubo de leche condensada azucarada iba a triunfar. Le cuento cómo, de pequeño, yo sisaba a mi ama la leche condensada la Lechera, chupando directamente del bote cuando no me veía. Un agujerito para «chupar» y otro para que entre el aire. Tienes que añadir agua caliente en una taza, le echas un chorrito del tubo y ya tienes un vasito de leche caliente dulce, Beatriz. Esa mirada vivaracha que pone… me temo lo peor. Beatriz me invita a conocer su casa. Un bajo, junto a la puerta de entrada del edificio. No existen palabras y llevo un rato buscándolas, para describir lo que están viendo mis ojos. No hay derecho, Joder!!!. Un ser humano no puede vivir en estas condiciones. Ni revolución ni leches en vinagre. ¿Patria o muerte?. Ventanas apuntaladas con maderas por las que apenas entra un rayo de luz. Un sofá cochambroso en medio de una habitación vacía. Una cama solitaria con las paredes desconchadas. Ni un recuerdo. Ni un detalle. Esto parece una mazmorra. Un baño… no lo describiré por respeto a las cuatro personas que leeis esto. Yo, perplejo, viendo algo que no debería existir. Beatriz, detrás de mi, chupandose todo el tubo de leche condensada directamente. ¡¡¡Beatriz!!! Te va a sentar mal. ¿Te lo has tomado todo? Era con agua caliente, no? me dice. Sonríe. Ahora se ríe abiertamente como una niña pequeña. No se si río o lloro o ambas cosas. Me da un abrazo y por primera vez me dice gracias. Un gracias que me sabe mas dulce que a ella la leche condensada. ¿Me dejas hacerte una foto? Sería un regalo para mi. Mil gracias.

Camino por las calles de centro Habana hacia la Habana vieja para encontrarme con Jorge Luis, voy tarde. Voy haciendo fotos con mi cámara, aunque aún sigo con Beatriz en mi cabeza. No veo a Jorge. Doy una y mil vueltas cerca de los contenedores donde lo encontré ayer. No está. Que pena. Mañana lo intento de nuevo.

Coches rosas descapotables con chicas rubias y chicos con gafas de sol hacen fotos con sus teléfonos mientras circulan por la Habana Vieja. Qué bonito es todo por aquí. ¿Verdad?… Estoy junto al conservatorio de arte y veo salir a un hombre. Me saluda amablemente al pasar. Buenos días. Buenos días, señor. ¿Sabe usted cómo llego al edificio de las Ursulinas?. Le acompaño, voy en esa dirección.

Álvaro tiene un año más que yo, muy culto, tiene la cabeza bien amueblada. Nació con la revolución y de esto ya hace casi 65 años. Dos hijos y una nieta. Vive con su esposa y la nieta. No quiero preguntar porqué. Hablamos de forma intermitente de la revolución. Le gustó la revolución pero tiene ojos en la cara. Aquí si hablo. Aquí mejor no hablo. Aquí, otra vez si hablo. No terminaría de escribir hoy si contara todo lo que él cuenta. Amor y odio. Dulce y amargo. Pero, ante todo, parafraseando a Dante «Abandonad toda esperanza».

Llegamos a las Ursulinas, un edificio en muy mal estado sin más interés, que no es poco, de ser el único edificio en La Habana con estilo árabe. Y seguimos hablando. Y hablando…

Hasta hace dos o tres años, los agricultores cubanos no podían vender sus productos más que en su región y regulados por el estado. Hoy el presidente Canel permite que vendan sus frutas y verduras en mercados fuera de sus ciudades. ¿Un rayito de esperanza?. Entramos en el mercado, ya no tan bullicioso como hace uno o dos años por la tremenda escasez que asola este país. Me parece interesante. Seguimos de palique por las calles. Son casi las dos. Le voy a invitar a comer, si acepta. Tengo que llamar a mi esposa para decir que me voy a retrasar. Lo hace desde el teléfono del restaurante. Me ha regañado porque cree que voy a hablar demasiado. ¿Como nos conocen en casa, verdad?

Álvaro da clases de percusión y también complementa su sueldo de 25 dolares al mes con actuaciones en una banda, del estado, por las noches. Creo que no soy justo al decepcionarme cuando compruebo que, hasta una persona tan culta y educada como Alvaro, me ve como una cartera con patas. No sé qué haría yo en su lugar. Seguro que algo parecido, pero a los «buscavidas», los que te abordan sin parar por las calles, se les ve venir, sacas el escudo y listo, uno menos. Al final, después de verle llorar de agradecimiento por la estupenda comida que nos hemos metido en un restaurante que nunca había soñado entrar (según él), me insinúa que una ayuda no le vendría mal. No son los 1000 pesos (6 euros), no se que pensar. Nos despedimos en la calle después de un abrazo. Han sido varias horas muy interesantes e instructivas para mi, con una despedida agridulce. ¡¡¡Mecachis!!! Bueno ha sido solo un detalle.

Camino por las ruidosas calles, abarrotadas de gente mientras hablo con Marta. Al final me ha cogido. Demasiado trabajo. No, no me voy a sentir culpable. Nos damos novedades y me desea lo mejor. Que grandísima suerte la mia. Sigo haciendo fotos.

Tres niños salen del colegio. Todos van al colegio y la educación es gratuita. Se me acercan. No piden nada. Tengo dos chupachups en la bolsa. No se ponen de acuerdo quien se quedará sin el dulce. Cojo una pajita del suelo y la corto en tres dejando uno mas corto. Acordamos hacerlo así y admitir el resultado. Pierde uno, el que se ve en la foto del capitolio alejarse sin despedirse. Así es la vida. Pronto aprenderán la injusticia del reparto en el mundo que les ha tocado y que no confiar en la suerte es el primer paso hacia el éxito.

A mitad de camino veo un puesto que vende sandías. 50 pesos la libra. Esta pesa 8,5 libras. Son 425 pesos (unos 2,5 euros). ¿cuantos gramos son una libra? Casi medio kilo. Esto no pesa 4 kg ni de coña, señora. Lo vuelve a pesar. Es correcto, 8,5 libras, se la dejo en 400 pesos si quiere. Lo pago. Me voy 50 metros mas allá. Miro en internet el peso de mi cámara y de mi maravilloso objetivo 24-70mm que llevo colgado, lo traduzco a libras, añado 100gr por la correa. Total 3,85 libras. Vuelvo al puesto. Madre e hijo me miran con sorpresa según llego. ¿Le pasa algo?. ¿Puedes pesar otra vez la sandía? 8,5 libras, reitera. Me puedes pesar la cámara. Se la doy. Me mira sorprendida, su hijo de unos 30 años también. Tiene ojos azules y sonrisa pícara, alegre y agradable. No, no, no toques ese botón. Pésalo así, como está. 6,2 libras marca. Esta cámara pesa 3,85 libras exactamente, señora. Luego esa sandía pesa casi la mitad de lo que me ha cobrado. Ambos se miran y sonríen. ¿Eres policía?. No. Pareces policía Italiano. ¡¡¡Ahora sí que la hemos jodido!!! ¿Quieres que te devuelva 200 pesos? No quiero que me devuelvas nada, tú sabrás por qué haces esto. ¿ Te has preguntado la razón de que la gente no vuelva? Me mira y vuelve a sonreír, esta vez tímidamente. Todos hacen lo mismo.

Sigo por las calles hasta casa. Estoy agotado de tantas emociones y de tanto andar. Una ducha. Escribo esto mientras como una rodaja tras otra de una sandía dulce y rica como nunca he comido.

Hasta mañana.

«Pura Habana»

28 de Febrero de 2023

El día de ayer, anodino, pesado, como todos los viajes largos en avión. Parece que nunca se acaba, 400 personas como ganado durante 9 horas mas los extras de salida y llegada. En fin, se hizo y ya está.

Hoy es harina de otro costal. Esta ciudad te atrapa, te rompe, te hace cuestionarte todo a cada minuto. ¿ Por qué demonios he venido? ¿ A que no me voy nunca? ¿ Que suerte tengo por haber nacido en el lado bueno? ¿Seguro que he nacido en el lado bueno?

Parece que llevo una semana y hoy ha sido mi primer contacto, me han ocurrido tantas cosas…Malas lenguas aparte, mi objetivo en este viaje, es mas una toma de contacto con la calle que hacer turismo clásico. Charlar con la gente en vez de tumbarme sobre la arena acompañado de un mojito. Y otro mojito…

Estoy en el Vedado. Un apartamento discreto pero aceptable. Seguido de este barrio, hacia el este, está Centro Habana y más allá, Habana Vieja. Los tres barrios están seguidos y unidos entre si por el Malecón, un bonito paseo junto al mar, si miras al mar. Después de un desayuno rápido en el Habana Libre, me acerco hasta el Malecón y camino hacia el este, acompañado del sonido de las olas a mi izquierda y de los ruidosos coches tartana a mi derecha. Hay muy poca gente y el día es espléndido, tengo 3 km de paseo hasta llegar no se a donde, por que no tengo claro a donde voy.

El agua es cristalina y tranquila. Aquí estoy, caminando con mi cámara encima. A lo lejos, sobre el murito que separa el mar del paseo, se dibuja la silueta, a contraluz, de un hombre. Me acerco y además de ver, oigo. Toca la trompeta mirando al mar. Me acerco aún más. Tendrá mi edad. Toca como los ángeles. Me paro junto a él. Sigue tocando. Hago una o dos fotos después de pedirle permiso. Charlamos casi una hora. Parece majo y evidentemente toca la trompeta para mi, no para él. Luis siempre se ha dedicado a la música, incluso ha compuesto algo de Son cubano. Cobra una pensión del gobierno de 3000 pesos al mes ( unos 20 euros) y toca en una banda y algo por la calle para completar su mísero sueldo y poder llegar a fin de mes. Nos pasamos los teléfonos y quedamos en llamarnos a las 15H, le doy unos pocos pesos y sigo mi camino.

Esta ciudad está cayéndose a cachos, da miedo caminar bajo los balcones. Una foto acá y otra allá. Me desvío del malecón y me adentro en el decrépito barrio de Habana centro. No huele mal pero está en un estado deplorable. Me he prometido no juzgar a Fidel y sus herederos pero me va a costar horrores.

Junto a su casa destartalada está Beatriz, de pie, no pide, solo mira. Yo me paro junto a ella. -¿como va la mañana, señora? ¿Será tonto este tipo? ¿ Porqué se para junto a mí?. Beatriz tiene 82 años. Vive sola. Jubilada. Fue comadrona toda su vida. Ahora mira a la gente pasar. Le pregunto que como está. Un bien que suena a mal, a muy mal, a rematadamente mal, vamos. No tiene dientes, ni arriba ni abajo. Tengo dentadura pero se me cae. ¡¡¡Por el amor de dios!!!! Soy un protésico dental atado de manos. Soy un técnico frustrado en estos momentos, la miro, no tiene reborde alveolar. Algo me iluminó en Eroski el día que fui de compras para este viaje y compré un tubo de pegamento dental por si alguien lo necesitaba. He quedado con ella mañana. Cobra 2500 pesos de pensión. Mi desayuno de esta mañana 500.

Jorge Luis rebusca en la basura. Tiene una conversación muy amena, aunque huele «un poquito». No me importa nada. 44 años en la marina cubana de maquinista. Ahora con su pensión no llega a fin de mes y se busca la vida. Nos sentamos en la acera junto a los contenedores y charlamos. Me tropiezo con él y se le rompe una bolsa que ha sacado con «frijoles» y arroz. Que apuro, por dios. El amor de su vida, su mujer, murió el año pasado. No tiene ganas de seguir adelante. Hemos quedado mañana a las 11h. Tomaremos un café juntos.

Sigo con mis fotos, una tras otra. Este restaurante de la esquina parece agradable. Las calles abarrotadas. Ningún turista en esta zona. El restaurante vacío. Pollo con verduras y dos cervezas. Los camareros son muy agradables, Christian y Daimari.

LLamo a Luis, el trompetista, viene a buscarme con una scooter desvencijada. Se me cae la cámara al suelo antes de montarme ¡¡¡ Que horror!!!, esta es una de las razones por las que necesito una buena cámara, cada día soy más torpe. El guionista, al final, no puede evitar montarme en una moto. Circulamos hasta su casa por centro Habana, pi pi, pi pi pi, nada, que no se apartan. Luis vive en un primero con su hermana María. Un apartamento indescriptible. Muy humilde, lleno de cosas, donde se mezcla una sofá con la cocina y una cama o dos en un altillo hecho por ellos al que se accede por una escalera de madera, todo en la misma estancia. Me pone un café y escuchamos música suya sentados en un sofá de «muelle visto». Que momento tan maravilloso. Aparece su hermana María. Fue profesora de baile cubano. Enseñó hasta algún gerifalte del partido, dice. Todo el mundo puede aprender a bailar, todo es ponerse. Yo no María, tengo una escoba soldada a mi columna. Se ríe con sonrisa pícara mirando a su hermano y mostrando, ambos, uno o dos dientes de oro. ¡¡¡ María, enséñale unos pasos a Montxu!!! ¡¡Ni de coña Luis!! digo yo. No bailaba ni con 20 años, para hacerlo ahora…

Un paso para adelante, uno pequeño para atrás. Ahora lo mismo pero lateral. Lo estás haciendo bien,( no ha dicho muy bien…) ¿a que sí, Luis?. Bailamos entre las sartenes y el sofá raído. Luis mira satisfecho. Yo no tanto. Charlamos, bebemos una cola cubana después del café y el baile y me despido. No me piden nada pero necesitan de todo. Demasiadas emociones en un solo día. Me voy caminando y me hago unos espagueti que he traído de Bilbo.

Ni mil Varaderos me harían cambiar ni una coma de este día.

Hasta mañana

Cuba sin moto

El próximo 27 de febrero, La Habana será mi lugar de residencia durante unas semanas.

Aún con los olores del reciente viaje a Marruecos con Bruno en la memoria, esta vez, estrenando esta nueva etapa de mi vida, y a la espera de que mi compi empiece a disponer también de tiempo libre, me voy a cumplir un sueño, otro, ya se que tengo muchos, a mi me lo vais a decir…

¿Sabéis esa sensación de que te pierdes algo importante y no sabes qué? Esto me ha ocurrido siempre en los viajes de vacaciones a lugares lejanos, donde la cultura local difiere de la mía y tengo la sensación de pasar de perfil, disfrutando, desde luego, pero sin enterarme de lo que allí se cuece.

Hace ya 13 años que visitamos Cuba, me quedé enamorado de la isla, desde luego, puro lujo en un país precioso pero deprimido. Dos años después cayó en mis manos un libro de fotografía de Jose María Mellado y las fotos de Cuba que aparecían en él mostraban una Cuba que yo no había vivido.

Hoy, unos cuantos años después, con toda la calma y el tiempo en el bolsillo, he decidido volver a una Cuba en estado de descomposición, con una población, sobre todo los jóvenes, en franca huida hacia un futuro mejor pero incierto. Tengo la sensación de que a la Cuba que conocemos, le quedan cuatro telediarios y no quiero perdérmelo.

Os iré contando

Un «infartito elegante»

¿Cómo se pueden resumir los 91 años de la vida de una madre , en tan solo unas lineas de texto?

No se puede, lo se.

Hoy 1 de Noviembre de 2022 se ha ido. Se ha ido después de 10 días hospitalizada, despidiéndose, y se me hace más fácil resumirlos que toda una vida.

Desde fuera: Un ingreso de urgencia. Una cadera destruida. Una sepsis. Dos cirugías a vida o muerte. Una peritonis. Una hemorragia interna. Un fracaso renal. Un sistema sanitario volcado en evitar lo inevitable, y al final, se ha ido.

¡¡¡ Que triste !!!

Desde dentro: Todo empezó con un marmitako el día de su cumpleaños, 21 platos de marmitako para 21 personas que deseábamos estar allí, en su casa, frente a su mar y junto a sus flores, a su lado, «de ahí iremos al hospital, no os preocupéis pero, primero, comeréis el marmitako».

91 años y diez días llevando las riendas de su propia vida y enseñándonos cómo demonios se hace semejante cosa.

10 días sin una queja, sin un lamento, sin un mal gesto.

10 días llenos de palabras para recordar, 10 días de paz, de esperanza, 10 días de miradas llenas de generosidad.

10 días de consejos, 10 días y 10 noches de intimidad, 10 días regalando a cada cual la frase que necesitaba oír.

10 días agradeciendo a su dios por haberla cambiado «el infartito elegante» que siempre le pidió como final, por 10 días de despedida lúcida y feliz.

… y un maravilloso sistema sanitario volcado en evitar lo inevitable, y al final, se ha ido.

¡¡¡ Qué bonito ha sido !!!

Agur Ama