San José

Hoy toca un poco de turismo, para variar, espero una tarde intensa con los niños y su madre.

Cerca de Trinidad, a unos 11 km, se encuentra el pueblo de Casilda, con su pequeño puerto deportivo del que zarpan charter hacia las islas cercanas, una de ellas, Cayo Iguana, es nuestro destino. El día ha salido ventoso y no creo que la mar se encuentre en las mejores condiciones de navegación, aunque un catamarán, para una mala mar, moderada, es la embarcación mas aconsejable. El taxi que me traslada se convierte en el campeón del chatarreo en este viaje y, por si fuera poco, su conductor, ya entrado en años, tiene una querencia especial por el claxon. Bajo la mirada por si alguien me reconoce. ¡¡ Qué vergüenza!!

Somos unos 15, repartidos entre proa y popa, la mayoría en proa, he cogido buen sitio cerca de la amura de babor, el viento entea por estribor así que estoy protegido por sotavento de salpicones y pantocazos. De algo me tienen que servir 25 años en este mundillo, je je.

 Zarpamos. 

El viento arrecia y aunque las olas no son grandes, comienza a levantarse mar. Un catamarán, es una embarcación con dos cascos y una malla central en proa, como todo el mundo sabe, es muy agradable porque puedes ver el agua pasar entre ambos patines y cuando digo pasar, lo deseable es verla pasar de proa a popa, lo que no estaba previsto…al menos en mi cabeza, es que el agua pasara también de abajo a arriba, esto es, del mar hacia mí a través de esa malla. Los dos o tres primeros salpicones, nos hacen gracia, unas risas y proteger la cámara y el teléfono en mi bolsa de “tela”. Cuando uno empieza a notar los calzoncillos mojados, las risas ya desaparecen y la llegada a  la isla a la que nos dirigimos se torna inalcanzable. Como siempre y una vez que nuestra ropa ya no admite más agua, vuelven las risas, algunos se desprenden de sus camisetas y otros aún imploran un hueco en la abarrotada popa.

La isla de las Iguanas es una pequeña isla con cocoteros, manglares, arena blanca y muchas iguanas, casi todas alrededor de un chiringuito donde nos darán una paella de marisco. Es la isla del caribe que todos tenemos en la cabeza, pero aquí no hay absolutamente nadie más que nuestro barco y otro de los dos trabajadores del chiringuito, que por lo que me han dicho, están hasta el moño, llevan una semana aquí. Lo mejor de todo es que, si consigues transporte o te alquilas tú una embarcación, te puedes venir y hacer noche, la isla, las estrellas y tú…¡¡qué flipe!!. No sé cuáles serán los hábitos nocturnos de las iguanas, esa es mi única duda…

La isla se recorre en 30 o 40 minutos y es lo que hago, el agua está impresionante, corales en el fondo y peces de todos los colores entre ellos, hasta algunos peces flauta que saltan como locos del agua como si fuesen peces voladores. Los pelícanos, sobre el agua, al acecho. Las iguanas parecen pacíficas, al menos desde la distancia, todas están cerca del chiringuito. Me han dicho que comen las sobras de nuestra comida. La comida aceptable, sin más. Otro paseo por la isla con unos franceses Eric y Aniece que viven en Milán y han viajado por medio mundo. Tenemos una charla muy agradable sobre Europa. Eric ha iniciado una fundación que da microcréditos a gente de Chiapas. Muy interesante, nos mantendremos en contacto. Volvemos, esta vez con viento de popa, lo que evita los salpicones. Mi ropa se ha secado completamente, colgada de un manglar seco. El taxista músico me espera con su troncomovil. Llegamos a Trinidad. Ducha y relax hasta las 18:30 que he quedado cerca de la estación de ómnibus con Yenisel y los chicos.

A ver cómo explico esto sin que nadie me malinterprete porque no es mi intención. Alguien ha aconsejado garrafalmente a esta muchacha de 33 años sobre el “dresscode”para esta ocasión. Los niños, estupendos, casi irreconocibles, con sandalias y unos vestidos monos, incluso las dos peques con uñas largas de colores, pero el escote de Yenisel… sin palabras. Bueno, soy lo más alejado de un puritano, pero creo que se va a sentir incómoda. Nos mira todo el mundo según caminamos, a mi me importa un bledo, pero a ella la noto muy nerviosa, vamos charlando por el camino, Jorge Ernesto, el mayor, de 15 años, no ha venido, alguien le va a acercar en una moto hasta el restaurante. Yenisel es como una niña de 14 años, parece todo inocencia, a pesar de la vida tan dura que ha tenido que pasar con tres niños y su marido en la cárcel y viviendo en precario, no tiene malicia aparentemente.

 El restaurante San José es, sin duda, el mejor restaurante de la ciudad, la entrada está regulada por una exuberante chica mulata, vestida de negro, con cabello negro y ojos negros, muy elegante y educada, hace una hora hablé con ella para la reserva y acordamos que nos encontraríamos mas cómodos en la terraza, tiene más espacio para moverse y no es tan formal.

La carta está en español, pero para ellos, en sánscrito, sería igual de complicado, no conocen el 95% de lo que allí aparece. Nos obsequian con unos aperitivos de la casa mientras nos decidimos. Panecillos tipo bollo con algo parecido a una vinagreta pero mucho más sabroso. Es un verdadero placer verles experimentar con sabores nuevos, a la vez que ríen sin parar. Llega Jorge Ernesto, saluda muy amable pero solo tiene ojos para la chica de la entrada, está en shock, resopla cuando la mira y me lanza una sonrisa pícara. Yo disfruto con la situación. Hemos elegido unas croquetas de malanguita con pescado y una tabla de Jamón serrano que nunca han probado. Roxana come con sus manos, no seré yo quien diga ni media, si miran, que aprendan como se puede ser feliz con tan poco, la tengo a mi lado y es como un torbellino. Rosa Maura “Pocahontas” en frente y a los lados de la mesa, Yenisel con Jorge Ernesto y en el otro Cuco. 

Todos están de acuerdo en comer, después de los entrantes y el plato principal y antes de los postres, una pizza, todos menos yo, desde luego. Yo, que conozco las raciones de este restaurante, sugiero esperar a terminar el plato principal y pedir la pizza después, si aún cabe en esas tripillas flacas. 

Todos piden un guisado de carne de cerdo con vegetales, Yenisel se anima con la parrillada de marisco, como yo. Unas Pepsis, unas maltas y cerveza, yo un blanco chileno.

La comida transcurre entre risas y juegos (teléfono estropeado, un juego de habilidad con las manos y otro de adivinanzas) somos todo un espectáculo pero nadie nos llama la atención, todo lo contrario, solo veo sonrisas cómplices. Todos quieren que pruebe de su plato, aunque es el mismo, se acercan con su tenedor y me dan a la boca de su comida, si lo hago con uno el siguiente se ofende si no lo hago con él. Comen como si no hubiese un mañana, pero siguen sin olvidar la pizza. Rosa Maura cambia de sitio, estoy rodeado de las dos niñas. Me agarran, me abrazan, no puedo ni comer, Yenisel es como una niña más,pero mira complacida, parece muy feliz. Cuco, el niño de la otra familia, es más pícaro, pero es muy majo y listo. Jorge Ernesto le dice a su madre que los señores de la mesa de enfrente no hacen sino mirarla las tetas, se lo dice realmente molesto, Yenisel, avergonzada, me mira como pidiendo mi opinión, yo, asiento con la cabeza. Rosa Maura le ofrece su chaqueta blanca y se la pone a modo de babero. ¿Mejor así?, me dice. – Vas a estar más cómoda desde luego. Jorge Ernesto sonríe pero vuelve a mirar hacia la entrada, ¡¡¡me troncho de la risa!!!.

Juegan sin parar con mi movil y se hacen fotos conmigo, Cuco, que suele usar el movil de su padre, les enseña como se edita una foto. Rosa Maura la niña de 11 años, escribe algo en la foto con su dedo. Yo les doy mi libreta para que me escriban su nombre. Cuco, pone su nombre. Roxana, la peque pone te amo mamá, Rosa Maura lo ha pasado bien con Ramónsito «el pelu». Jorge Ernesto: Te prometo que voy a estudiar si tu me prometes que vas a montar a caballo conmigo. Rosa Maura coge de nuevo el cuaderno: Te amo papá y me mira con una carita entre alegre y triste a la vez. 

Con la disculpa de estar entre plato y plato, me levanto y me voy al baño. No puedo contener la emoción y no quiero que estos niños y menos Yenisel, su madre, me vean así. Tengo un dolor intenso en la garganta, doy vueltas encerrado en el baño como un hámster, me seco la emoción con papel higiénico. Miro mi teléfono y veo que la foto, la ha convertido en blanco y negro y que ha escrito con su dedito. Te Amo. Pienso en su padre preso, comprendo la situación de precariedad en la que viven y se me va el alma un millón de veces. Inspirar, expirar, inspirar, expirar, abro la puerta y vuelvo a la mesa.

 Unos enormes trozos de carne esperan a que cada niño dé buena cuenta de ellos pero, la física es la física y en esos cuerpos no puede entrar ese volumen, si acaso en el de  Jorge Ernesto. Efectivamente no han podido. Yenisel come el marisco, no se si esperaba otro sabor, los niños lo han probado de mi plato y no les ha gustado a ninguno. Llevan dos latas de refresco cada uno dentro para regar todo esto.

Definitivamente desechan la idea de la pizza y pasamos a los postres. Les vengo comiendo la cabeza toda la cena con el Brownie de chocolate y lo piden todos, no queda… Qué decepción.

Helados de diferentes clases con bizcocho. Los devoran. Da gusto ver a la madre mirar a las niñas. Rosa Maura y Roxana parece que me quieren enseñar algo. Se tapan las cabecitas con una servilleta cada una y manipulan. Se retiran las servilletas y se han dejado los párpados dados vuelta las dos… ¡¡¡Qué repelús!!! Digo. Todos reímos, la madre me mira sin parar de reír y lo hace ella también, a Cuco y Jorge Ernesto no les sale, yo lo intento y tampoco pero yo se hablar en pato… Esto ya es un espectáculo en toda la terraza.

Más de tres horas en el San José y pedimos la cuenta, Cuco la ve, no puedo evitarlo, aunque se la quito de las manos. Me mira asustado con unos ojos grandes y redondos.

Nos despedimos de la chica de la entrada y Jorge Ernesto la mira de reojo sin atreverse a levantar la cabeza. Salimos a la calle y se alejan todos de mí unos metros. Se agrupan como si de una melé se tratara y, de repente, corren hacia mi y se me echan encima gritando ¡¡¡Te queremos!!

La chica de la entrada mira perpleja. Yo no se que sentir, ya. Este momento, solo él, hace que este viaje merezca la pena.

Nos despedimos y se alejan cantando en la oscuridad. LLamo a Yenisel de un grito, ya están lejos, se acerca, esto es para vosotros Yenisel ¡Cuidaros!, me mira con los ojos llorosos y se va con los niños.

Sin comentarios

No me puedo ir mañana, sin más.

Hasta mañana

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