La Perla del sur

Después de un largo recorrido desde La Habana he llegado a Cienfuegos. Los taxis colectivos son, como la misma palabra indica, taxis que se comparten para viajeros que van en la misma dirección, compartiendo también los gastos y haciendo más «llevadero» el trayecto. Normalmente son unos cacharros pero cumplen su función. En mi caso he tenido que hacer un trasbordo, lo que asegura al taxista, la concentración de todos los pasajeros a la misma dirección sin desvíos. Un francés que necesitaba sacar dinero del cajero nos ha complicado sobremanera y una hora adicional de espera a otro enlace que venía de Viñales, ha puesto definitivamente a prueba mi paciencia. Marta, lo he sobrellevado sin protestar y con buena cara, ¿ será cosa de «jubilaos»tomarse la vida con calma?

Cienfuegos, La Perla del Sur, es una ciudad distante 250km hacia el este de la Habana, se encuentra en la costa sur de la isla y ubicada en el borde de una bahía casi cerrada por dos lenguas de tierra que la separan del maravilloso mar Caribe.

Llego tarde y me doy un largo paseo hacia el Malecón, un cabo que se adentra en la bahía y que termina en lo que ellos llaman Punta Gorda. La tarde está cayendo y el cielo se tiñe de naranja. Sentados al borde del mar y a lo largo del Malecón, parejas enamorándose contemplando la puesta de sol, padres y madres con sus hijos haciendo familia y yo, paseando, disfrutando de este momento. No sé que tienen las puestas de sol que me invitan a soñar. Por alguna razón, como la buena música, conectan con algo espiritual en mi interior.

El sol se ha puesto y las luces, escasas, no son suficientes para iluminar las calles. Voy callejeando, ya totalmente de noche, se ha vuelto a ir la luz, ahora si que camino a tientas. Mi pie izquierdo no encuentra el suelo, y seguido de él, y en la dirección lógica que marca la gravedad, sigue toda mi pierna. El porrazo es inevitable y monumental. Acabo rodando por el suelo. Me palpo, con el corazón a cien, buscando desperfectos en mi anatomía, pero, por algún extraño enjundio, estoy ileso. Enciendo la linterna del teléfono (empezáramos por ahí) y contemplo, la alcantarilla sin tapa tras de mí, responsable de este desaguisado.

Hoy ya he tenido bastantes emociones.

Me despierto en casa de Mayra y Adalberto, una pareja que regenta una de las muchas casas que ofrecen habitaciones a los turistas que pasamos por este lugar. La habitación, que hacía presagiar lo peor, ha resultado cómoda y he dormido como un lirón. Mayra me prepara frutas desconocidas para mí, zumo de papaya, tortitas con miel y café con leche…¡¡¡con leche!!!. Estupendo. Adalberto, es de esas personas que, por su expresión, parece que te va a dar un mordisco a la primera de cambio. No lo es.

La plaza José Martí es el centro neurálgico de Cienfuegos. Fue en este lugar donde comenzó el alzamiento popular contra la dictadura de Batista en 1957. Tiene un arco de triunfo en memoria de la lucha por la independencia española a finales del siglo XIX, el teatro Tomás Terry construido por un empresario azucarero para lavar su conciencia explotadora, digo yo, la casa de gobierno donde estuvo preso Fidel y desde donde, posteriormente, dio un discurso en su marcha triunfal hacia la Habana. Fidel, Fidel, por qué no supiste parar a tiempo, con lo bien que lo estabas haciendo, esta visto que ni derecha ni izquierda, que nadie suelta el poder si puede retenerlo. La catedral, además de uno o dos museos completan esta nutrida plaza que deja, huérfana de cosas reseñables el resto de Cienfuegos. En cualquier caso, bonita sí es.

En una de las esquinas de la plaza veo un grupo de personas vestidas de un blanco integral que esperan, aparentemente a alguien o a algo. Saco mi cámara y a la segunda o tercera foto, una señora, desde lejos, me señala de forma efusiva, que deje de hacerlo. La hago caso, claro, y me acerco a ella para pedir disculpas y ya de paso, ver si me puede explicar la razón de tanto alboroto. Son un grupo de santeros. La santería es una religión de raíces africanas muy arraigada en Cuba, estos jóvenes se dirigen a un rito iniciático para hacerse santos. Doy las gracias por la aclaración y me voy.

Los escolares están entrando a clase. Me paro con un grupo de ellos a la puerta de la escuela, están interesados por mi cámara y yo por meterles dentro de mi SD, pero la profesora, amablemente, me lo impide, en realidad, desde lejos ya les había hecho una foto.

Me alejo del centro y voy hacia el extrarradio, mucho más rico en historias desconocidas y perecederas. Según avanzo, sentados en el suelo, junto a un bullicioso comercio desabastecido, como no…, encuentro una pareja de unos cincuenta y tantos que piden dinero a la gente que transita por el lugar, con pocos resultados, al menos en el tiempo que llevo con ellos. Claramente son mendigos y con una situación bucal lamentable. Hay que ponerse en situación, mendigos que piden a personas que no tienen casi ni para comer… Me sorprende su actitud, ambos tienen una sonrisa de oreja a oreja, incluso rien cuando la gente pasa. – Señora, ¿no sería mejor que pusieran cara de pena? así, igual conseguirían unos pesos más. Le digo yo. Si quiere lo probamos un rato, ya verá. – ¿A usted le parece que alguien tiene la más mínima duda de nuestra necesidad, ponga la cara que ponga?. En ocasiones hay que callarse, sin más, y esta es una de ellas, así que me callo.

Antonio está sentado a mi lado, tiene un gorrito blanco y mascarilla. Su expresión denota sencillez e inocencia, no como la de estos dos, que tiende más a pícara. Me cuenta que él trabajó de mago toda su vida por los pueblos, ahora, a sus 85 años y con su pensión, se ve obligado a salir, cada día, a buscar su sustento para llegar a fin de mes. Antonio vende bolsas de plástico finísimas a las personas que lo desean cuando entran en las tiendas. -¿Quieres que te haga un truco? Me dice – Claro que sí, señor. Antonio pide una tira de periódico que introduce con sus manos temblorosas en su puño, por arriba, poco a poco, dejando una esquinita en su exterior. La destreza del mago que fue, hace tiempo que ha tenido que desaparecer, pero su ilusión, casi infantil, por hacerme el truco, es de un enternecedor que te eriza el vello. Ahora tira de ella y ,sorprendentemente, va saliendo un billete de cinco pesos en lugar de la tira de papel. Aplaudo con emoción y le grito un ¡¡Bravo!! La gente me mira. Le doy un billete de 500 pesos ( 3 euros, una semana de su pensión). Lo mira con sorpresa y sonríe con ternura. Que sencillo es hacer feliz, aunque sea por un momento, a una persona que no tiene nada y lo necesita todo, entre otras cosas, atención y cariño, de eso que tenemos todos, que no se gasta y que damos tan poco, sobre todo a desconocidos.

Camino hacia entornos más profundos de la ciudad. En esta zona, las aguas fecales discurren por el exterior impregnando el aire de un tufo nauseabundo. Junto a la entrada de su vivienda, Ignacio, de mi edad, vende papayas bien maduras, quizás excesivamente maduras ya. No vende muchas pero Ignacio no está descontento con su vida. Ha tenido dos hijos que son felices lejos de aquí, vive tranquilo y no se queja del reparto que le ha tocado en suerte. Su abuelo era un cura español. Ante mi inocente pregunta sobre el celibato de los sacerdotes, Ignacio me dice que, según su madre, le gustaban más las faldas que la casulla, así que se vino a Cuba y se enrollo con tres cubanas, fruto de una de ellas, Ignacio vende papayas a la puerta de su casa. Me enseña la entrada a su vivienda, una especie de pasillo desde la calle donde, a derecha e izquierda, se suceden las puertas de las habitaciones donde viven diferentes familias. Una de esas puertas es la suya. Me hace apuntar la dirección y su apellido y me pide que, si puedo, le escriba de vez en cuando para contarle, «lo que yo quiera». Trago saliva y sigo mi camino.

Unas calles más y me encuentro con un chaval de unos veinte años, sentado en una sillita de madera. Tiene en su regazo un gallo, vivo, y con la ayuda de unas tijeras y como si de un peluquero se tratase, está depilando al pobre animal hasta dejarle dos ancas de Mercadona, pero vivas. ¿Me puedes decir para qué le haces eso al gallo? – Es un gallo de pelea o lo va a ser y es necesario pelarlos porque si no se calientan mucho cuando luchan. No se si me convence mucho la explicación pero me despido amablemente y me voy.

Un niño descalzo, como casi todos cuando no van a la escuela, juega solo en el fondo de un callejón. Dos niñas negocian el precio de una baratija con una señora a través de una reja. Un anciano, cansado, se repone en el suelo con expresión de no poder más.

Creo que por hoy ha sido suficiente. Me acerco hacia el paseo del Prado y voy a Casa Prado. Hoy me voy a dar un homenaje y cenaré, lo que más me atraiga de la carta, en su terraza con vistas a la ciudad y prometo dejar el remordimiento en la entrada y disfrutar, como Ignacio, de lo que soy.

Hasta mañana

2 opiniones en “La Perla del sur”

Deja un comentario